(Publicado el 16 de noviembre de 2004. Excélsior)
“El segundo ángel derramó su copa sobre el mar,
y éste se convirtió en sangre como de muerto;
y murió todo ser vivo que había en el mar”.
Apocalipsis 16:3*
Quién más, sino el hombre (ser, no género), es el peor enemigo del planeta. Ignorante de su propia destrucción sigue contaminado la atmósfera, la hidrosfera y la litosfera, y en un futuro, si se le permite, hasta el espacio sideral, no hay límite… Como si tuviera otras alternativas en donde vivir, es como aquel individuo que, ciego del porvenir, se orina y defeca en el único pozo de donde él mismo consume agua.
En 10 mil años de historia de la humanidad, sólo le ocupó los últimos 100 para transformar el paisaje del planeta deforestando bosques completos, cavando enormes yacimientos, acelerando el desarrollo de la agricultura, construyendo desviaciones de ríos artificialmente, construyendo segundos pisos y grandes distribuidores viales, y explotando sin medida los recursos naturales como los minerales y el petróleo. El resultado es alarmante: en los últimos 20 años se ha deteriorado el 40% de la capa vegetal, se han desertificado seis millones de hectáreas, lo que equivale a treinta veces la superficie de territorio mexicano; se han destruido los ecosistemas y provocado la extinción del 13% de las especies en pájaros, 25% en mamíferos y 34% en peces; de los bosques que una vez cubrieron la tierra, 29 millones de kilómetros cuadrados han desaparecido y el 22% restante está amenazado por la extracción de madera. De seguir así, el suicidio es inminente, terminaremos con el ciclo humano en la Tierra y la dejaremos como la desolada luna: fría, sin oxígeno y, por lo tanto, sin vida…
El planeta está sufriendo un calentamiento global por la acumulación de una serie de gases en la atmósfera, que no permiten pasar el calor del Sol de regreso al espacio, actuando como un impermeable, haciendo el efecto de un invernadero y suscitando cambios drásticos en el clima mundial, alteraciones en la agricultura y la descongelación de los casquetes polares; en breve, se incrementará el nivel del mar y se causarán inundaciones en las zonas costeras y continentales en todo el mundo. Como dato curioso, si el hielo de la Antártida se derritiera, el nivel del mar aumentaría aproximadamente 125 metros; con sólo seis bastaría para inundar Londres y Nueva York.
Otro efecto grave es la contaminación del agua, porque según datos oficiales, su consumo provoca la muerte de 30 mil personas al mes; se trata de agua contaminada o envenenada, que contiene bacterias o químicos: plomo, mercurio, níquel y selenio entre otros. Un dato es alarmante: de 6 mil millones de habitantes en el mundo, sólo el 18% consume agua purificada, mientras que el 50% de la población humana ingiere aguas de mediana a pésima calidad (aguas “cacadas” ). Aunado a lo anterior, en México existe el problema de que la distribución del agua es muy irregular, porque el 72% se genera en la cuenca del sur del país, en los ríos Grijalva, Usumacinta y Balsas; siendo que el 80% de la población habita del centro al norte del territorio.
Lo anterior implica que en zonas muy pobladas e industriales en las que se descarga el agua, ésta contenga contaminantes de desechos urbanos o químicos, y es muy difícil recuperar su calidad e imposible su autopurificación, porque no hay corrientes suficientes que permitan oxigenarla.
Lo que ocurre en el mundo nos invita a reflexionar en lo que podemos y debemos hacer en México y en nuestra ciudad capital; ya es urgente que nuestros legisladores federales y los de la megalópolis, tomen conciencia del problema ambiental, porque el efecto de la pasividad implica la desaparición de un sinnúmero de seres. Los diputados deben establecer postulados rectores y estratégicos, que tengan como finalidad la protección a la salud y la utilización prudente y racional de los recursos naturales.
Son impostergables acciones concretas, como en el D. F., en donde deben tomarse medidas drásticas, que es inconcebible no se estén llevando a cabo; medidas que cualquier escolar podría enumerar con facilidad: sanciones penales ejemplares en casos de contaminación grave de suelo y gestión abusiva de recursos hídricos y atmosféricos.
Asimismo, necesitamos implantar un programa de transporte público metropolitano hacia todos los municipios limítrofes, con paradas y horarios preestablecidos, personal capacitado, priorizando el uso de equipo moderno y eléctrico. Además, es urgente contar con un programa de construcción de plantas de tratamiento de agua potable y bocas de torrente para inyectar a los mantos freáticos a efecto de revivirlos. Reforestar permanentemente los principales bosques de la ciudad como el Ajusco, Chapultepec, Aragón y Valle de Guadalupe, así como forestar camellones, parques y avenidas, son medidas cuya implementación no puede ser postergada por más tiempo; lo mismo puede decirse del rescate del programa “Adopte un árbol”, la protección a los ecosistemas que sustentan la recuperación de la biosfera, y la creación del impuesto ecológico en gasolinas y actividades altamente contaminantes para desmotivar la contaminación, destinando lo recaudado por esa vía, exclusivamente al cuidado del medio ambiente.
El agua dulce se está volviendo un recurso estratégico para el siglo XXI, tan o más importante que el petróleo y representará el mayor conflicto geopolítico del siglo XXI. En el futuro, la demanda de este elemento tan necesario para la vida humana, será superior que el suministro, y quienes posean agua serán víctimas de un saqueo forzado.
Mientras, los que tenemos agua, aunque sea algo contaminada, le decimos a nuestro muy amable vecino: ¡compadre, no hagas olas!
*El libro del Apocalipsis es el último libro del Nuevo Testamento. Escrito por el Apóstol San Juan hacia finales del siglo I y principios del siglo II. Quizás sea el libro más rico en símbolos de toda la Biblia, también conocido como libro de la revelación por su carácter exclusivamente profético, razón por la cual ha sido objeto de numerosas investigaciones, interpretaciones y debate a lo largo de la historia.
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