(Publicado el 15 de noviembre de 2005. Excélsior)
“Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso.”
Sigmund Freud*
Cuántas veces hemos escuchado en una acalorada discusión, la frase “permíteme hacerle de abogado del diablo”, y no se trata de invocar o defender a Lucifer cuando debatimos, sino de tomar el papel de la contraparte, presentando a la mesa los escenarios más negativos del caso, o adoptando posturas contrarias a la argumentación de un expositor. Una característica del advocatus diaboli es que generalmente, es quien más sabe del tema; el que se ubica en esta posición trata de comprobar la calidad del argumento original e identificar su debilidad en la defensa. El “abogado del diablo” es el que se anticipa a los posibles ataques de los contrincantes; cuánta falta nos hace en la política nacional esa autocrítica que ahorraría muchísimos descalabros a los actores que contienden por el poder y que propiciaría que la actividad electoral subiera de nivel y saliera de los sótanos en donde se encuentra actualmente.
Pero, ¿de dónde viene el concepto “abogado del diablo”? Este concepto tiene sus orígenes en la Iglesia Católica, cuando en 1234 el Papa Gregorio IX publicó normas estrictas para el proceso de canonización, con el fi n de evitar exageraciones y errores. A partir de entonces, la canonización se haría a través de un procedimiento legal a manera de juicio en el que se debía demostrar si la persona merecía o no el título de santo. Uno de los principales personajes en este procedimiento es el abogado del diablo, también conocido como “promotor de la fe”, cuyo objetivo consiste en objetar, exigir pruebas y descubrir errores en toda la documentación aportada para demostrar que los milagros y virtudes del presunto candidato a los altares como beato o santo, lo hacen merecedor de tales títulos. Si bien su actuación lo hace parecer contrario al candidato, en realidad se encargaba de defender la autenticidad de las virtudes. Vale la pena reflexionar lo que escribió Morris West en su libro intitulado “El Abogado del Diablo”, porque a través de un juicio de canonización, el sacerdote que toma la función de Abogado del Diablo, aprendió a guardar silencio y esperar; conoció la inutilidad de discutir con sordos; se instruyó en no confundir la verdad con el hombre que la predica o que la deforma; se ejercitó en sospechar de todo; y entendió que le faltaba mucho más de lo que creía para conocerse a sí mismo.
La institución del Abogado del Diablo ha sido muy útil para lograr defender, frente a terceros, los puntos vulnerables que el abogado ya detectó, descubrió, analizó y por ende, el personaje estudiado tuvo tiempo y oportunidad para madurar las respuestas y explicaciones que se tendrán que utilizar cuando el “enemigo” esgrima lo que ya fue desmenuzado previamente. ¿Cuáles son las debilidades?, ¿cuáles los puntos flacos?, ¿cuál el talón de Aquiles?; el abogado del diablo es un método ido, el cual deberían utilizar todos los políticos como técnica que les permita generar argumentos y auto-conocerse. Su uso convendría a los partidos políticos nacionales, porque de esta manera lograrían obtener candidatos adecuados, a prueba de ataques, periodicazos, de preguntas sorpresivas, de hallazgos imprevistos, de chismes, de videos, etc.
Seguramente muchos candidatos ya retirados y otros que permanecen en la contienda no hubieran participado o se retirarían de inmediato al escuchar el informe de su abogado y las preguntas que, como índice flamígero, hieren la conciencia del candidato. ¿Te han tomado videos? ¿Te podrán demostrar incongruencias? ¿Te has enriquecido ilegalmente? ¿Has actuado con demagogia? ¡Ah, cómo necesitamos con urgencia esa autocrítica en el ambiente, para que sólo los mejores tengan el recato de osar alcanzar el honor, y no como vulgares chamarileros, la fortuna!
*Sigismund Schlomo Freud (1856-1939) Médico, neurólogo y librepensador austríaco, creador del psicoanálisis. Comenzó su carrera interesándose por la hipnosis y su uso para tratar a enfermos mentales. Más tarde, reemplazó la hipnosis por la asociación libre y el análisis de los sueños, para desarrollar lo que actualmente se conoce como «la cura del habla». Todo esto se convirtió en punto de partida del psicoanálisis. Freud se interesó especialmente en lo que entonces se llamaba histeria y en la neurosis. Sus teorías y el tratamiento que daba a sus pacientes causaron un gran revuelo en la Viena del s. XIX.
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