(Publicado el 18 de octubre de 2005. Excélsior)
“Trabaja en impedir delitos para no necesitar castigos”
Confucio*
El día de ayer, en el Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla en la ciudad de México, las reclusas se amotinaron y fue necesario utilizar gases lacrimógenos para restablecer el orden.
Estos hechos aparentemente aislados, nos obligan a reflexionar si el sistema penitenciario que utilizamos en Latinoamérica es adecuado o si, por el contrario, resulta obsoleto.
Recuerdo con añoranza mis primeras clases de derecho penal en las que se analizaban las características que deben tener las penas para ser útiles a la sociedad: así, aprendí que toda sanción debe ser intimidatoria, es decir, disuadir de la comisión de un acto delictivo por el temor de su aplicación; ejemplar, al servir de modelo a los demás y no sólo al delincuente, haciéndoles saber la efectividad de la amenaza estatal; legal, porque debe encontrarse establecida en la ley y aplicarse con arreglo a sus prescripciones; correctiva, porque debe producir en el criminal la readaptación a la vida social; y justa, pues debe ser equitativa al caso que le dio origen, ni excesiva ni laxa. Esa es la teoría, verdadera poesía; y otra cosa es la realidad…
La pregunta que siempre nos hacemos es si la pena de prisión rehabilita, castiga o solamente pone fuera de nuestra vista a aquellos que delinquen y son atrapados (desgraciadamente una minoría poco significativa), en otras palabras, nos preguntamos si la cárcel en México, tiene verdaderamente una función rehabilitadora. El artículo 18 constitucional y demás legislación penitenciaria son letra muerta. No se aplican, lo que nos lleva a que la situación actual del sistema penitenciario se encuentre en crisis.
Hay quienes proponen privatizar los penales, llevando el liberalismo a su máxima expresión y olvidando que el estado perdería su esencia si renunciara a su derecho y obligación de castigar. Recordemos que por definición socio-política, el estado tiene el monopolio legal del uso de la fuerza.
A la fecha, la readaptación social no existe, por el contrario, las prisiones son un factor criminógeno, una escuela del crimen y una pesada carga desde el punto de vista económico para la sociedad en su conjunto.
Las leyes ahí están, pero hay que aplicarlas si queremos realmente cumplir con las funciones de readaptar, rehabilitar, socializar y educar.
Además, se debe tener presente la idea de que la prisión es una institución estigmatizadora, cualquier persona que llegue a la prisión está condenada a ser segregada y señalada por el resto de su vida, incluso aquellos que no cometieron delito alguno; aunque una persona sea inocente y salga en poco tiempo, quedará marcada injustamente.
A veces, por ejemplo, se está en prisión porque no se tiene dinero para pagar la libertad provisional que el juez impone, entonces también se está castigando la pobreza.
En la República Mexicana hay centros penitenciarios en los que no se lleva a cabo una separación de procesados y sentenciados. Nuestra Constitución de 1917 marcó con claridad esta división a fi n de evitar la contaminación, y si no se cumple, se viola la ley. Los dormitorios son verdaderas crujías, algunos tienen televisión, otros se encuentran hacinados y en promiscuidad.
La población de reclusos a nivel nacional es de más de 198,000 personas, distribuidas en 456 centros penitenciarios, seis de los cuales son los Ceferesos del gobierno federal, 10 del gobierno del Distrito Federal, 367 de los gobiernos estatales y 71 municipales.
Ha quedado demostrado en todo el mundo, que el endurecimiento de las penas no inhibe los delitos. Sin embargo, a esa estrategia siguen recurriendo las autoridades y los legisladores mexicanos cuando son rebasados por la criminalidad, sin reparar en el daño que la impunidad acarrea al sistema judicial.
La solución, está en que cada ilicitud reciba una pena y cada violación de la ley se haga merecedora de una consecuencia. Acabar con la impunidad, es disminuir el delito.
*Confucio (551 a.C.-479 a.C.) Filósofo chino, creador del confucionismo y una de las figuras más influyentes de la historia china. Nació en el seno de una familia noble de terratenientes, recibió una esmerada educación y siendo aún joven trabajó para la administración del estado de Lu en donde llegó a alcanzar el rango de Ministro de Justicia, cargo del cual dimitió ya que no estaba de acuerdo con la política que seguía el príncipe. El gobierno sufrió un proceso de degeneración y decadencia, y la relajación de costumbres se generalizó; Confucio lamentaba aquel desorden y la ausencia de modelos morales que revirtieran la situación, concluyó que el remedio era difundir entre la población los principios y preceptos de los sabios de la antigüedad. Por este motivo instruía a sus alumnos en los clásicos de la literatura china. Propugnó el gran valor y poder del ejemplo, decía que los gobernantes sólo serían grandes si llevan vidas ejemplares, de esa forma los ciudadanos tendrían el estímulo para alcanzar la prosperidad y la felicidad. Se dedicó a viajar por diferentes territorios impartiendo clases y esperando que algún príncipe le permitiera emprender reformas. En el año 484 a.C. regresó a Lu, en donde pasó el resto de su vida escribiendo comentarios sobre los autores clásicos. Tras su muerte, diversos emperadores se inspiraron en la obra de Confucio para organizar la sociedad china. Y sus enseñanzas ejercieron una poderosa influencia en la historia de ese país.
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