(Publicado el 8 de febrero de 2005. Excélsior)
“Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego.”
Mahatma Gandhi*
En Pakistán, Umar Magsi mató a su hija de 11 años con un hacha porque sospechaba que tenía un romance con su vecino; el mismo destino obtuvieron su esposa y su otra hija por tratar de impedir esta atrocidad. La sentencia para el parricida fue nula, pues se trataba de un “crimen de honor”; este fallo jurídico de la Charia (ley islámica) nos regresa a la barbarie, cuando liquidar a otro ser humano era una condición normal de la existencia y, en algunos casos, factor de supervivencia.
Estos asesinatos y, sobretodo, la impunidad en la que quedaron, provocaron la condena de varias asociaciones internacionales de amnistía y de derechos humanos, que exigen a las autoridades de ese Estado la adopción de medidas que impidan ese tipo de ataques.
El derecho a la vida de las mujeres del Pakistán está condicionado a que obedezcan las normas y tradiciones sociales; por lo tanto, el género femenino en ese país vive inmerso en el terror, en la inseguridad y en la incertidumbre. Las asesinan por mantener supuestas relaciones ilegales o por divorciarse de esposos que abusan de ellas, y lo peor, por casarse con el hombre que ellas eligieron, sin consentimiento del padre. Además, como la violación constituye una afrenta al honor de la familia, las mujeres son liquidadas a manos de sus parientes si alguien las ultraja sexualmente. No importa si los hechos son verídicos, o si se trata sólo de una sospecha; la duda basta para traer el deshonor a la estirpe y en consecuencia, para justificar el homicidio.
Aún en siglo XXI, las tradiciones de muchas culturas continúan en el salvajismo porque los hombres poseen derechos casi absolutos sobre las mujeres y sancionan con violencia cualquier acto que consideren que debilita su control; como el derecho real más amplio, como el dominio más general que puede ejercerse sobre las cosas, como si fueran animales o mercancía de su propiedad. La mujer, estoica, acepta estos usos y costumbres quizás por su fanatismo religioso o quizás porque ir en contra de ellos le representaría la muerte; no tiene alternativa ni elección. La opresión del género femenino se ve agravada no sólo por la indiferencia, sino por la complicidad del Estado pues en los delitos por motivos de honor, la autoridad se pone de parte de los varones quienes rara vez son procesados, y cuando llegan a ser declarados culpables, el poder judicial garantiza que reciban una pena mínima.
El artículo 340 del Código Penal de Jordania prevé excepción de pena si un hombre mata a su mujer o a una mujer de su familia luego de encontrarla cometiendo adulterio con otro; no hay expectativa alguna de que el gobierno en esa nación vaya a reformar tal artículo, sólo hay indiferencia. En virtud de unos decretos expedidos en 1979 en Pakistán, el adulterio y la fornicación son considerados crímenes religiosos; quedando plasmadas, a nivel ley, las peores tradiciones de aquel pueblo, e impidiendo la integración de una verdadera comisión de derechos humanos.
El mundo islámico no tiene la exclusiva de la “defensa del honor”. En Brasil, después de una lucha de 20 años, en el año 2000 se abrogó una ley que absolvía totalmente al varón que demostrara que asesinó a su pareja por la sospecha de infidelidad. Y, aunque en México no tenemos este tipo de normas, se han dado casos en los que la justicia favorece al hombre sobre la mujer en igualdad de circunstancias. Por ejemplo, una mujer casada mata a un amigo por intento de violación y es sentenciada a 20 años de prisión por homicidio; mientras que un soldado mata a un ladrón que invade su propiedad y es absuelto.
Es cierto que el primer caso se complicó por tratarse de un presunto adulterio, pero amante o no, la quiso violar. La violencia hacia el llamado sexo débil está presente en todos los países del mundo; cada año mueren más de cinco mil mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, de éstas, aproximadamente un 35% encuentra la muerte a manos de su pareja.
Sin lugar a dudas, lo que pone en peligro al mundo no son los delincuentes, sino aquellas autoridades que permiten, solapan y apoyan la delincuencia basándose en normas arcaicas, de contenido religioso, o derivadas de salvajes usos y costumbres. No podemos ser solamente espectadores indiferentes y pasivos, denunciemos los actos violentos.
*Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948) Pensador y político hindú. Se le conoce con el sobrenombre de Mahatma, que significa “gran alma”. Nació en Porbandar, pueblo costero de la India, como hijo del Primer Ministro local. Estudió Derecho en las universidades de Ahmedabad y Londres, y ejerció como abogado en Bombay. En 1893, mientras trabajaba para una empresa en Sudáfrica, se interesó por la situación de los 150.000 compatriotas que residían allí, y luchó contra las leyes que discriminaban a los hindúes mediante la resistencia pasiva y la desobediencia civil. Al volver a su país en 1918, figuró al frente del movimiento nacionalista indio. Instauró las huelgas de hambre como nuevos métodos de lucha, rechazaba la lucha armada y predicaba la no violencia como medio para resistir al dominio británico. Preconizaba la fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil. Encarcelado en varias ocasiones, pronto se convirtió en un héroe nacional. En 1931 participó en la Conferencia de Londres, donde reclamó la independencia de la India. Una vez conseguida la independencia, Gandhi trató de reformar la sociedad de su país integrando las castas más bajas y desarrollando las zonas rurales. Desaprobó los conflictos religiosos que siguieron a la independencia y defendió a los musulmanes en territorio hindú. Fue asesinado por un fanático integrista indio a la edad de 78 años. Sus cenizas fueron arrojadas al Río Ganges.
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