(Publicado el 9 de enero de 2007 en Rumbo de México)
“Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego.”
Mahatma Gandhi*
Saddam Hussein fue sentenciado a muerte por una corte iraquí el 5 de noviembre del 2006 por el asesinato de 148 chiítas cometido en el pueblo de Dujail en los años 80. El procesado cumplió su letal sentencia en la horca el 29 de diciembre pasado, un día antes de la celebración musulmana de Al Adha (día de sacrificio). La hija mayor del ex - dictador, Ragha Hussein, sepultó el cadáver de su padre en la ciudad Yemen junto a sus hijos Uday y Qusay, quienes murieron acribillados por soldados de las fuerzas de ocupación estadounidense en el 2003. “La justicia en nombre del pueblo, ha ejecutado la sentencia de muerte contra el criminal Saddam, quien enfrentó su destino como todos los tiranos: asustado y aterrado, durante un día difícil que no esperaba…”, dijo el primer ministro iraquí Nouir Maliki.
El cadalso fue el brebaje que calmó la sed de venganza de los chiítas, pero el desconsuelo y dolor de los familiares de las víctimas persiste pues no hay manera de lograr una compensación, un resarcimiento, un recobro o un desagravio, porque matando al ultrajador no se recupera la vida del mártir. Luego entonces, ¿Por qué se aplica la pena de muerte? ¿Servirá como ejemplo para otros delincuentes? ¿Bajarán los índices de inseguridad? Está demostrado científicamente que nada de esto sucede, no baja la delincuencia y se siguen cometiendo las mismas atrocidades delictivas.
Desde la antigüedad se ha aplicado legalmente la pena capital en distintos estados, imperios y reinos; muchos pensadores la han definido como Platón (427–347 a.c.) que en sus Diálogos señala “… se castigará con la muerte a aquellos otros cuya alma sea naturalmente mala e incorregible. Es lo mejor que puede hacerse por ellos y por el Estado”. También Santo Tomás de Aquino (1225-1274) abordó el tema en su Summa Theologica, en la cual manifiesta: “…de la misma manera que es conveniente y lícito amputar un miembro putrefacto para salvar la salud del resto del cuerpo, de la misma manera lo es también eliminar al criminal pervertido mediante la pena de muerte para salvar al resto de la sociedad.” Para la Iglesia Católica, la pena capital no encuadra en la visión de una justicia penal conforme a la dignidad del hombre, por tanto, la autoridad debe reparar la violación de los derechos personales y sociales mediante la imposición al criminal de una adecuada expiación, como condición para volver a ejercer su libertad (Capítulo tercero de la Encíclica Evangelium Vital, Juan Pablo II).
Las corrientes abolicionistas que están en contra de la sanción máxima, argumentan que esta norma no intimida, ni es ejemplo para quienes delinquen porque no se ha demostrado que aminore la frecuencia de ilícitos en aquellos países donde se aplica. Por su parte, los que defienden la condena mortal opinan que la ordenación de la conducta no se distingue por la timidez, la incertidumbre y la lenidad, sino por sanciones que marquen una enérgica reprobación a la delincuencia y, en todo caso, que eviten la reincidencia o fuga; los integrantes de esta corriente también debaten sobre el aspecto económico en las prisiones, indicando que las cadenas perpetuas tienen un costo altísimo para los contribuyentes y en virtud de que el reo no se reintegra a la vida productiva, es una inversión vacía. Por ejemplo, en el caso de México, el mantenimiento de cada delincuente cuesta alrededor de 95 pesos diarios, lo que implica que un reclusorio con 7,000 internos tenga un gasto mensual de casi veinte millones de pesos, ello sin tomar en cuenta los egresos de administración.
El artículo 22 de nuestra Constitución prohíbe la pena de muerte, salvo en los casos de traición a la Patria, parricidio, homicidio calificado, incendiarios, salteadores de caminos, piratas y reos de delitos graves del orden militar; a pesar de esta previsión constitucional, ningún código penal prevé la sanción capital, con excepción del de justicia militar. Además, en 1981 México se comprometió a no restablecer la pena capital, firmando y ratificando un Tratado Internacional sobre Derechos Humanos el cual tiene el rango del Ley Suprema, con base en el artículo 133 de nuestra Carta Magna.
En estricto sentido, la pena capital constituye una venganza y no un acto de aplicación de la justicia, porque una sociedad que se rige por garantías jurídicas y defiende los derechos humanos, no debe permitir actos de barbarie o salvajismo como la tortura, la mutilación o la vejación; de lo contrario, estaría construyendo su propia destrucción. Las estadísticas han demostrado que los índices delictivos disminuyen con proyectos preventivos y con programas de rehabilitación y readaptación social, para que el delincuente logre adaptarse al sector productivo. La adversidad letal es cosa de todos los días entre los seres humanos, pero en los países que aplican la pena capital, la fatalidad se concibe como el “justo castigo”, como si algún ser supremo les hubiera otorgado a las autoridades, la facultad para conceder el permiso de vivir.
*Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948) Pensador y político hindú. Se le conoce con el sobrenombre de Mahatma, que significa “gran alma”. Nació en Porbandar, pueblo costero de la India, como hijo del Primer Ministro local. Estudió Derecho en las universidades de Ahmedabad y Londres, y ejerció como abogado en Bombay. En 1893, mientras trabajaba para una empresa en Sudáfrica, se interesó por la situación de los 150.000 compatriotas que residían allí, y luchó contra las leyes que discriminaban a los hindúes mediante la resistencia pasiva y la desobediencia civil. Una vez en su país, desde 1918 figuró al frente del movimiento nacionalista indio. Instauró las huelgas de hambre como nuevos métodos de lucha, rechazaba la lucha armada y predicaba la no violencia como medio para resistir al dominio británico. Preconizaba la fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil. Encarcelado en varias ocasiones, pronto se convirtió en un héroe nacional. En 1931 participó en la Conferencia de Londres, donde reclamó la independencia de la India. Una vez conseguida la independencia, Gandhi trató de reformar la sociedad de su país integrando las castas más bajas y desarrollando las zonas rurales. Desaprobó los conflictos religiosos que siguieron a la independencia y defendió a los musulmanes en territorio hindú. Fue asesinado por un fanático integrista indio a la edad de 78 años. Sus cenizas fueron arrojadas al Río Ganges.