(Publicado el 7 de febrero de 2006. Excélsior)
“Todos matan lo que aman: el cobarde, con un beso;
el valiente, con una espada.”
Oscar Wilde*
El día de ayer, el diario Excélsior informó en su página principal acerca del desalojo realizado por la policía, de un grupo de defensores de animales que protestaba frente a la Plaza de Toros México. Los activistas intentaban impedir la entrada de los espectadores, por lo que recibieron insultos, amenazas, gritos y empujones.
Todo esto nos lleva a confirmar que el debate sobre la fi esta brava se recrudece; no se trata únicamente de puntos de vista encontrados, sino que la tradicional “fi esta” enfrenta, incluso con golpes, a sectores de la sociedad mexicana.
¿La tarde de toros es arte?, ¿es cultura?, ¿es salvajismo? Permítaseme, amables lectores, hacer un poco de historia... Corría la tarde del 31 de enero de 1886, cuando la plaza de Toros de Texcoco, repleta de aficionados, vio saltar al ruedo el tercero de la tarde, un bovino negro zaino bien encornado, aportado por la ganadería de Ayala; el animal demostró su bravura, destripando a tres caballos; tomó ocho puyazos calmarlo para pasar luego a banderillas con mucho poder y ligereza de patas. El matador Bernardo Gaviño Rueda, conocido como uno de los padres del toreo en México, hacía elogios de la excitación del burel.
Tocaron a matar y el espada armó la muleta para estoquear, se paró ante el bravío y completamente solo, se fue hacia la res con la muleta presentada, pero el toro volteó el asta tomando por sorpresa al matador, le engatilló el cuerno suspendiéndole por el aire y haciéndole caer al piso con una herida en la proximidad del esfínter. Gaviño no se amedrentó, con entereza de ánimo y por su propio pie se retiró a la enfermería, un sucio cuartucho en donde le aplicaron la primera cura. El diestro de Puerto Real de setenta y ocho años, no superó la septicemia y murió once días más tarde. Ganaderos y aficionados mexicanos recuerdan la fi gura de Gaviño como pieza fundamental de la tauromaquia moderna.
Dice la tradición que el primer “matador” en la Historia fue Teseo, quien venció al Minotauro en Creta. Hércules, su contemporáneo, es quien lleva la mitología del toro a España; él, igual que Teseo, mató a un toro con aliento de fuego. El rey Crisaor de Iberia estableció el rito anual de un toro sacrificado en honor de Hércules. Desde entonces, año con año, el pueblo encuentra en la plaza de toros el símbolo de la naturaleza, el toro que corre asustado, amenazado y amenazante frente a su antagonista humano, el matador con su traje de luces.
El toreo es también un exhibicionismo erótico en donde se despliegan, a cada momento, poses sexualmente provocativas, taleguillas apretadas y andar seductor; arrogancia, sangre, gritos, adrenalina y lujuria. Como dijera Carlos Fuentes “…el joven matador es el príncipe del pueblo, un príncipe mortal que sólo puede matar porque él mismo se expone a la muerte”.
En 1946 y gracias a la inversión del empresario Neguib Simón, la capital mexicana vio nacer a la Monumental de Holbein, al ruedo de la Ciudad de los Deportes, al lugar que daría alternativa a grandes de la muleta, un redondel de protagonistas en una lucha entre el hombre y al bestia: Manolete, Joselillo, Arruza, Manolo Martínez, Manzanares, el Curro Rivera, Gaona, Capetillo, el Cordobés, Lomelín, y ahora, rompiendo paradigmas, bellas damas como Cristina Sánchez.
La de Insurgentes es un redondel que han visitado grandes personajes de la política, del medio artístico, empresarios y sobresalientes deportistas; es un terreno engalanado en sus butacas por bellas mujeres y famosos, unidos todos por su afición a la bota, al puro, al sombrero, a la cerveza y al espectáculo del riesgo.
La fi esta taurina ha sido víctima de críticas severas, que la califican como una actividad violenta y de maltrato a los toros. Grupos de defensores de animales hacen acto de presencia los días de corrida en los alrededores de la Plaza para lanzar algunas verduras y legumbres a los aficionados, llevan pancartas con las leyendas de “No más violencia” o “Paren esta masacre”; además, por medio de altavoces, gritan e insultan a los devotos. En la Ciudad de México ya hubo varias prohibiciones que impidieron la celebración de festejos taurinos, las más significativas fueron impuestas por los presidentes Benito Juárez, en 1867, y Venustiano Carranza, en 1917. Sin embargo, no trascendieron porque está comprobado que los toros forman parte de las tradiciones del pueblo; irónicamente, a 200 años del natalicio del Benemérito de las Américas, la mayor Plaza de Toros del mundo se localiza en la Delegación que lleva su nombre. Cabe mencionar, que la raza de lidia estaría en peligro de extinción si la fi esta brava llegara a desparecer, pues estos animales de casta valiente deben su existencia solamente a la tauromaquia. En las modificaciones hechas al Reglamento Taurino para el Distrito Federal, la autoridad capitalina confirió a la fi esta brava en la Ciudad de México el carácter de “espectáculo cultural”.
La polémica continuará y, mientras se debate, seguimos sin encontrar nuestra identidad como pueblo. ¡Olé!
*Oscar Wilde (1854-1900) Escritor, poeta y dramaturgo irlandés, considerado como uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío; fue una celebridad de la época debido a su puntilloso y gran ingenio. Fue enjuiciado por una comisión inquisitoria de actos homosexuales y condenado a dos años de trabajos forzados luego de haber sido acusado de indecencia grave. Entre sus más famosas obras se encuentran El Retrato e Dorian Grey, El Príncipe Feliz y La Importancia de Llamarse Ernesto.
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