(Publicado el 8 de septiembre de 2004. Excélsior)
“Más vale una discusión, por acalorada que sea,
que un silencio cómplice del diálogo de sordos…”
Sacarías*
Nuestra Constitución Política ha sobrevivido a un sinnúmero de modificaciones que la alejaron de ser la salvaguarda de las conquistas sociales, que en otros tiempos nos enorgullecía como nación.
Fue ejemplo al ser considerada como primera del siglo XX en el mundo; con el tiempo se le fue arrancando su esencia, se fue desmantelando su contenido protector de las clases necesitadas, se desgastó el concepto nacionalista, se le colocaron parches que estrellaron su origen, se transformaron las ideas de propiedad, colectividad, educación y laicismo. La lesionaron, pero no la mataron del todo… sigue viva. El Congreso es, a pesar de todo, la síntesis de nuestras mejores aspiraciones democráticas. El espectáculo de los distinguidos legisladores en el informe, así como los bloqueos callejeros que tomaron de rehén a la ciudadanía, fueron desafortunadamente, las notas sobresalientes. La estridencia política ha desplazado a la discusión de las ideas, propuestas y datos; la mayéutica ya no se conoce y la dialéctica es una forma que los políticos han dejado de practicar…
Uno puede estar en desacuerdo con las estrategias seguidas por este gobierno en muchos ámbitos; sin embargo, no se puede ignorar el respeto como principio rector de nuestros actos. Razón tenía Voltaire al decir: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé
con la vida tu derecho de decirlo”.
La democracia se vulnera de muerte cuando el parlamento abandona sus principios fundamentales de debate e implanta dogma, fanatismo, ambición y sinrazón. Estamos olvidando, lamentablemente, que una democracia se consolida con la información que fluye de los gobernados hacia los gobernantes y viceversa. El Presidente informó en un ambiente hostil de falta de respeto y de provocación, interrumpido por gritos, amenazas y ofensas.
En el Congreso se reúnen las distintas ideologías políticas. Este poder tiene como función primordial el reunir o “congregar” a todas las fuerzas, con el propósito de lograr la coherencia en las decisiones legislativas que beneficien al mexicano y no a grupos determinados.
Sus integrantes deben buscar la unión dando cabida a las diferentes ideas; deben debatir con alteza de miras defendiendo los propios puntos de vista y escuchando al contrario; deben buscar convencer, no vencer ni aniquilar. Ahí es donde se da el ejemplo de lo que es saber escuchar.
Nuestra Constitución, en su artículo 73, atribuye al Congreso varias facultades, entre otras, la de formar nuevos estados dentro del territorio de la Federación, pero esa facultad no es irrestricta, pues el mismo precepto prevé “…que igualmente se oiga al Ejecutivo Federal…”.
Todo el mundo sabe que para iniciar un diálogo o discutir sobre algún tema es necesario el saber oír, escuchar y atender. Saber escuchar no implica estar de acuerdo; entender la idea de la contraparte permite debatirla con mejores elementos. Cuando hay insultos, interrupciones o faltas de atención se pone en peligro el diálogo, el cual constituye la punta de lanza para iniciar los debates.
A la mayoría de los que escuchamos o vimos el informe, nos sorprendió que algunos legisladores gritasen como porros, estando en la porra, provocando porras… Ojalá no nos acostumbremos a eso.
Fue una insolencia ante un recinto en el que debe imperar la armonía como elemento fundamental para el camino a la democracia. Tener una actitud proactiva y tolerante nos permitirá avanzar hacia un México mejor. “Ve todo y quédate con lo bueno” es una enseñanza milenaria.
La población ya está harta de pugnas y críticas sin valor ideológico; por la falta de resultados y acuerdos, la función política es denigrada y considerada un factor que no agrega nada a la sociedad, sino que sólo le estorba. Los mexicanos esperamos respuestas claras y precisas para entender los problemas de inseguridad o desempleo, no importa qué partido o quién lo dijo, sino su efectividad. Pero así, estamos muy lejos de resolverlos porque la comunidad política no sostiene debates fructíferos ni provechosos, puesto que el único interés es ganar votos.
Los legisladores deben tomar en cuenta que ya es momento de actuar con responsabilidad y con visión de Estado, toda vez que son ellos los obligados, por mandato de los ciudadanos, a garantizar el camino a la democracia y consolidar el Estado de derecho.
Un pensamiento que no se convierte en palabra queda olvidado, una palabra que no se convierte en acción es tiempo perdido; pero una idea no debatida es inconsistente y, por ende, antidemocrática. ¡Ojalá nuestros senadores y diputados estén a la altura y sean dignos del pueblo que aspiran representar!
*Seudónimo empleado por Jorge Gaviño Ambriz
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