24/1/11

GUERRA DE PODER


(Publicado el 26 de julio de 2005. Excelsior)
“Educa al niño de hoy para no
castigar al hombre del mañana.”
Anónimo.

En muchos países la comunidad ha perdido la seguridad y la tranquilidad, y con ello, los Estados han perdido su potestad y su soberanía.

El gobierno y sus “poderes” compiten con la delincuencia organizada, o desorganizada, por el poder; los grupos o entes delictivos han logrado despojar a la autoridad del carácter coercitivo (cuya definición es: “lo que sirve para forzar la voluntad o la conducta de alguien. De carácter represivo e inhibitorio”).

La delincuencia saca provecho de los temores y limitaciones de una jurisdicción débil y de una policía con miedo a castigar por temor a resultar castigada. El abuso, la intimidación, la fuerza, el temor, el asecho y el cohecho son las armas que utilizan los criminales para superar al Estado, restándole autoridad y evitando el ingreso a la cárcel.

Para poner un ejemplo, baste señalar algunas de las reflexiones que dejan las dantescas escenas de un secuestro, un delito en cuyos amplios y vehementes relatos abunda la violencia. Aquellos que lo han sufrido lo defi nen como la muerte en vida, la frontera de la esperanza, la violencia sin razón; no existe el tiempo ni el mañana, sólo la voluntad de las cuasi-personas que se erigieron en dioses para decidir sobre el destino de la víctima.

Cuando un gobierno pierde el imperio que el pueblo le otorgó, se retrocede hacia una sociedad con individuos autónomos y aislados, en la cual el fuerte domina al débil, y en el que la barbarie funge como guía de las relaciones humanas y como sustento del derecho.

Antes del surgimiento del Estado, el hombre enfrentaba dos peligros: los elementos de la naturaleza y su relación con los demás individuos en una guerra de todos contra todos. El Estado, como entidad jurídico-social, protege a los hombres, establece límites en el ejercicio de sus libertades y, en su caso, castiga al que quiera extralimitarse. Este es el génesis artificial de los gobiernos que aparecen como instituciones con supremacía y dominan a cualquier retador.

Entonces, ¿qué pasa con un Estado que es superado por el crimen, atemorizado por la mafi a, e imposibilitado para utilizar sus herramientas y hacer valer su imperio? La respuesta es evidente: pierde su esencia y, por tanto, el principal motivo de su creación.

Una vez generado el Estado, la sociedad optó por establecer reglas de juego que dan origen al derecho, al deber ser, a dirigir el proceder de otro para ordenar, prohibir, permitir, autorizar o facultar determinadas acciones con un sentido jurídico propio. Para que estas normas tengan validez y efi cacia, se le confi ere a la autoridad una facultad coercitiva que le permite sancionar el hacer o dejar de hacer de los gobernados, sin esta previsión de condena, pena, infracción o multa, la norma se convierte en nada más que un enunciado.

En toda sociedad, se establecen como valores fundamentales la protección y salvaguarda de la vida y la libertad. Estas son las principales garantías que nos permiten convivir en paz y con seguridad, son los primeros elementos que deben vigilar los gobernantes y quien ataque tales valores debe ser expulsado de la sociedad y resguardado en cárceles para su readaptación, corrección y, de ser el caso, para su reintegración a la sociedad.

Hoy en día, pareciera que los gobernantes han perdido la visión del génesis del Estado y del Derecho; les preocupa más el qué dirán los medios que el ejercicio de sus facultades e invierten más tiempo y dinero en campañas políticas y en encuestas que en deshacer núcleos criminales; únicamente les preocupan los crímenes cuando éstos repercuten en su popularidad.

El secuestro está tipifi cado en los Códigos Penales como aquella conducta que realiza quien prive de la libertad a otro. El problema está en que este delito se persigue sólo cuando la víctima presenta una denuncia, por lo que resulta muy difícil conocer la verdadera estadística con relación a su incremento. La mayoría de las personas que han sufrido un secuestro express no acuden al ministerio público y se dan por bien servidos cuando los dejan vivos tras haberles quitado alguna cantidad de dinero. Estamos en la desgraciada época en que felicitamos a algún conocido por haber librado con vida un asalto, como si hubiera pasado un examen, en lugar de incitarlo a que denuncie, porque sabemos de antemano que nuestros ministerios públicos no harán nada.

Luego así, ¿qué nos queda? ¿Regresar al antiguo mundo de la autodefensa? Ojalá que los gobernantes se pongan de acuerdo, sin importar partidos, en sus correspondientes responsabilidades y logremos cumplir entre todos, sociedad y Estado, con la principal función de este último que es garantizar la vida y la seguridad para el pueblo.

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