“Bajo la máscara de la temeridad se ocultan grandes temores.”
Lucano
Mascarilla, tapaboca, cubrebocas. Nunca antes del 2020 el uso de este dispositivo, diseñado para proteger las vías respiratorias de las personas, había provocado tanta controversia.
El inicio de la pandemia por Covid-19 vino acompañado de un arduo debate sobre cuáles eran las medidas que debería adoptar la población para protegerse del contagio y disminuir la infección del virus.
Las discusiones estuvieron acompañadas de un miedo razonable: a la urgencia de implementar medidas de protección, se sumaba la necesidad de no crear pánico para evitar la escasez de los insumos.
La cautela llevó a las autoridades sanitarias internacionales a enviar un mensaje que terminaría siendo contraproducente: “Las mascarillas no sirven para evitar el contagio”. Ese fue el primer error: Mala comunicación.
Hoy existe una amplia cantidad de evidencia científica, médica, estadística y empírica que demuestra lo contrario. La propia Organización Mundial de la Salud, así lo ha reconocido públicamente.
Tomando en cuenta lo anterior, resulta difícil comprender por qué razón las autoridades federales de nuestro país no han sido más insistentes en establecer el uso universal del cubrebocas (tal vez porque no les gusta reconocer sus errores).
Este sencillo dispositivo, acompañado de otras medidas como la sana distancia y el lavado constante de manos, ha sido un elemento esencial para que países como China lograran controlar el virus y reactivar sus actividades económicas.
Hay que decirlo con claridad: El uso del tapabocas es sumamente importante. Cualquier persona que tenga que salir de su casa debe usar uno.
Además de los múltiples estudios que han llevado a cabo los centros de investigación de universidades como Cambridge, Greenwich, Texas A&M, la Universidad de Texas en Austin, el Instituto de Tecnología de California y la Universidad de San Diego (por citar algunos), hay fuertes señales estadísticas que apuntan a la efectividad de usar mascarillas.
Por ejemplo, a finales de mayo se dio a conocer un caso de dos peluqueros en la ciudad de Springfield, Missouri que estaban infectados de coronavirus y atendieron a 140 clientes antes de darse cuenta.
Como parte de los lineamientos de reapertura, tanto los peluqueros como los clientes tenían que utilizar tapabocas. 14 días después, ninguno de los clientes dieron positivo al Covid-19.
De igual manera, resulta bastante revelador el hecho de que el índice de infección es más bajo en los lugares donde las mascarillas son obligatorias como en Japón, China, Hong Kong, Vietnam e Israel entre otros.
Aun si todo lo anterior no fuera suficiente para convencer sobre los beneficios de esta medida, es difícil imaginar cuáles podrían ser las desventajas de utilizarla como una medida de precaución.
Cuando lo que está en riesgo es la vida de millones de seres humanos, parece obvio que cualquier cosa que ayude a detener la transmisión del virus debería ser la norma.
Hay quienes se oponen a utilizar cubrebocas bajo el argumento de que limita su libertad e incluso han llegado a denominarlo como un “bozal”. Estos pseudolibertarios, en su falsa bravía, olvidan un principio ético y jurídico fundamental llamado “principio de no agresión” que es equivalente a la “Regla de Plata”: No hagas a los demás lo que no quisieras que hagan contigo.
Al contagiar a otra persona, en realidad contagias a muchos más y provocas un riesgo sistémico.
Las mascarillas salvan vidas. Hay que usarlas por la salud de los demás.
Vicecoordinador del Grupo Parlamentario del PRD
Twitter: @jorgegavino
Facebook: JorgeGavinoOficial
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