Jorge Gaviño Ambríz.
“La lluvia moja las manchas del leopardo,
pero no se las quita”.
Proverbio africano.
La idea racista de que un negro en el trabajo tenía un rendimiento superior a cuatro indígenas y a dieciséis blancos, fue suficiente para que en México se cimentara la esclavitud.
Sin embargo, debido a que la historia la escriben quienes ganan las batallas, durante mucho tiempo se negó la influencia de las raíces africanas en los mexicanos, esto como resultado que durante el periodo de esclavitud las personas de tez negra no eran dueños de si mismos ni de su trabajo.
México es uno de los países latinoamericanos al cual más africanos llegaron, pero a diferencia de países como Brasil o Cuba, el arribo al territorio mexicano fue temprano. Se considera que llegaron alrededor de 250 mil africanos; sin embargo, esta cantidad no toma en cuenta las cifras del contrabando de esclavos con la cual la cantidad total de africanos que arribaron puede ascender a 800 mil alrededor del siglo XVII.
Por lo tanto, una población como la negra y cercana al millón produjo un mestizaje más fuerte del lado indígena; y aunque en la sociedad colonial se estableció un sistema de castas de acuerdo a la intensidad del color de la piel, se diluyó el fenotipo negro, más no la herencia biológica y cultural.
La población de origen africano fue demográficamente mayor que la española, se estima que existieron 10 africanos por cada español, aunque no se superaba a la indígena.
Más tarde, con la Independencia de México, salieron beneficiados los africanos residentes en el país porque hay una conveniencia en ser mexicano al ya no existir más prohibiciones conforme al color de la piel o filiación étnica y racial.
A pesar de que la influencia cultural africana es más visible en Brasil o Cuba, en nuestro caso lo africano está presente en la idiosincrasia del mexicano, al grado que “lo indígena se africanizó y lo africano se indianizó”.
La herencia africana está integrada en lo que somos actualmente los mexicanos y los rasgos más evidentes de ello son la actitud ante la vida, la explosividad de las masas, por ejemplo: al asistir a un mitin político, al jalar la vestimenta de un representante religioso al verlo pasar, al mirar a un artista, porque el indígena no era estruendoso y el español tenía una manera diferente de manifestarse.
Asimismo, el gusto por las frituras, principalmente en las costas del país y en estados como Oaxaca, Guerrero y Veracruz; el gusto por los colores y la denominada “putería del cuerpo”, el disfrute de los ojos al ver, de los pies al golpear el suelo, del cuerpo al moverse, el erotismo, el sentido de la fiesta, el gusto por el ritmo y el baile acompañado de tocar instrumentos como tambores y botes, en fin lo que de acuerdo a la literatura popular se llama “el mitote del mexicano”.
Aunque no existen muchos estudios de la influencia africana en México principalmente porque la antropología mexicana se centró en poblaciones indígenas y porque los africanos o negros no dejaron una obra física visible, no debemos olvidar que fue su mano de obra la que construyó caminos y puentes; que fue su presencia la que transformó la convivencia con los niños, al ser las mujeres africanas las nanas de los hijos de españoles; que fue su personalidad la que se integró a la de los mexicanos, a nuestros usos y costumbres. La cultura africana es por lo tanto nuestra tercera raíz.
Twitter @jorgegavino
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