“El paisaje mexicano
huele a sangre...”
huele a sangre...”
José Vasconcelos
Hay una idea que ha estado presente en 
el fondo de mis pensamientos en el transcurso de las últimas dos 
semanas, desde que, en la ya tradicional conferencia de prensa matutina,
 se decretó que el pueblo está feliz, feliz, feliz.
Girando con calma la tuerca de la 
meditación, como un lento trapiche de madera siendo empujado por un 
flaco caballo, fustigado por un pobre campesino que trabaja duramente, 
desde la madrugada hasta que sus fuerzas se lo permiten, para intentar 
alimentarse a sí y a los suyos, finalmente llegué a una conclusión: tal 
como se predicó la mañana de aquel lunes 19 de agosto, “no hay mal humor
 social”... Lo que hay, es otra cosa. Está en el ambiente.
Basta con abrir cualquier periódico para
 darse cuenta. Basta con detenerse a platicar con cualquier persona y 
ponerle atención para descubrir en su voz un dejo de frustración y 
resentimiento provocados por la incertidumbre diaria, es suficiente con 
abrir los oídos para escuchar, en el ruido de los cláxones de los 
automóviles, la furia reprimida de quien los conduce salir aullando como
 el vapor de una olla a presión.
Esto ya no es mal humor. Es peor. Hay 
odio en las calles, hay desesperación y un vacío interior que genera 
verdadera bilis. Pero el vacío es diferente, no se caracteriza por la 
ausencia de valores o por falta de una cartilla moral.
La fuente de este sentimiento viene 
darse cuenta de que vivimos en un contexto en el que no existe, ni 
existirá, por lo menos una mínima oportunidad para salir de una realidad
 que nos asfixia, para escapar de una situación en la que el único 
trabajo disponible, no alcanza para cubrir los requisitos mínimos para 
una vida digna, mucho menos alcanza para curar la enfermedad de un ser 
querido, para llevar a su mamá al médico.
Esa furia que está en el ambiente viene 
de la dura y áspera consciencia de que, mientras en nuestra sociedad hay
 quienes se enriquecen a costa de la astucia, existen muchos otros que, a
 falta de un sistema justo, nunca podrán dedicarse simplemente a vivir 
y, por el contrario, están destinados a la más llana y terrible de las 
condiciones humanas: la supervivencia.
La sociedad está rota. Ahora, debemos tener mucho cuidado con qué pegamento intentaremos volverla a unir.
Publicado en: https://www.cronica.com.mx/notas-mal_y_de_malas-1130131-2019
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