“...Y por vuestra paz, empeño mi propia alma. Amén.”
Epitafio de un “comepecados” en Ratlinghope, Inglaterra.
En los siglos XVI y XVII en Escocia, 
Gales e Inglaterra, existía la costumbre de que, cuando alguien moría 
sin haberse confesado, se colocaba una hogaza de pan en el pecho del 
difunto para que esta “absorbiera sus pecados”.  Acto seguido, se 
procedía a solicitar los servicios de una persona conocida en ese 
entonces como “devorador de pecados” o “comepecados”. Aquellos que se 
dedicaban a este oficio, tenían que vivir alejados de la población: se 
les consideraba gente sucia asociada con malos espíritus, practicante de
 conjuros, hechicería y otras herejías.
Sin embargo, por un jarrón de cerveza y 
una hogaza de pan, estaban dispuestos a cargar con los pecados del 
fallecido y otorgarle alivio y descanso.
Confesar es un acto redentor. Nuestra 
propia naturaleza, nuestro instinto, parece empujarnos constantemente a 
ello. Las más de las veces, decidimos contener el impulso y creemos que 
al guardar silencio o evitar hablar del tema, conseguimos eludir este 
acto de contrición.
No nos damos cuenta que nuestros actos 
expresan más que nuestras palabras, sobre todo cuando lo que decimos se 
contrapone directamente con lo que hacemos. Y, entre mayor es la 
resistencia a revelar lo que se intenta ocultar, más evidentes son las 
contradicciones.
Hay veces que tenemos tantas ganas de 
confesar, que todas nuestras acciones empiezan a traicionarnos. A tal 
grado que, incluso, parecería que el propio Universo empieza a poner de 
su parte, creando las situaciones necesarias para orillarnos a ello... 
Es posible que así sea. O, ¿será que en realidad nosotros las provocamos
 de manera inconsciente?
Lo cierto es que, a través de las 
confesiones (intencionadas o no), podemos ir armando la personalidad de 
un individuo. Entonces, las mentiras comienzan a revelar su verdadero 
carácter: el pesado disfraz, lo deja desnudo. 
Por eso, es importante prestar atención a
 los que intentan convencernos de ver la realidad con sus ojos, de usar 
sus colores y que prometen ser felices, felices, felices.
A veces, procuras a una persona porque 
de verdad le tienes estima y quieres ayudarla. Pero, hay ocasiones, en 
que sólo la conviertes en tu huésped y le rindes todos los honores, para
 que se coma tus pecados.
Confesar es humano, lo hacemos cada vez que respiramos.
Publicado en: https://www.cronica.com.mx/notas-confesar_es_humano-1137763-2019
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