“Si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos,
así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que 
muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el 
verdugo.”
El Evangelio según Jesucristo, José Saramago (1922-2010).
En abril, el titular del Ejecutivo inauguró una nueva modalidad de gobierno: el memorándum. 
Normalmente,
 el memorándum, es un instrumento de comunicación que se utiliza para 
transmitir instrucciones de manera económica y eficiente. Su nombre 
proviene del latín medieval y quiere decir “lo que debe recordarse”.
El
 problema en el caso que nos ocupa no es el documento en sí mismo, sino 
su finalidad: Asumir las facultades del Poder Legislativo, anulando de 
facto una reforma constitucional.
El primer intento de implementar
 esta nueva modalidad de gestión se dio cuando instruyó a los miembros 
de su administración ignorar los cambios constitucionales que regulan el
 sistema de educación pública, aprobados por dos terceras partes de la 
mayoría en el Congreso y por todo el aparato legislativo nacional 
durante la administración anterior.
El segundo memorándum
 vino, a modo de telegrama, cuando ordenó a la Secretaría de la Función 
Pública: “Aplique la ley, proceda, nada más informe al titular de la 
secretaría, investigue y actúe. Cero tolerancia en la corrupción”.
El tercero todavía no se materializa. Pende sobre la Cámara de 
Diputados cual Espada de Damocles que amenaza con caer si la Ley de 
Austeridad no se aprueba prontamente.
Así, como por decreto divino, la voluntad individual hace a un lado la ley. 
En
 la historia de la humanidad, hay ejemplos de sobra en los que 
determinada sociedad ha llegado a deificar a un personaje. Apenas el 
siglo pasado así sucedió con Lenin, Mao, Stalin y Mussolini. Desde los 
Vedas, pasando por Buda y Cristo, ha existido el “Wanna Wanna”, el “Gran
 Caballo Loco”, el “Führer” o el señor dictador.
En ocasiones como estas, se juega muy de cerca a esa delgada línea que divide al dogma de la razón. 
En
 algunos parlamentos del mundo se han prohibido los debates religiosos 
precisamente porque se entra al terreno de lo dogmático, de aquello que 
no acepta cuestionamientos. La razón se puede discutir con silogismos, 
con razonamientos, con debate, con mayéutica, con dialéctica y esto se 
traduce en conocimiento.
En México, la investidura presidencial, 
ha sido consagrada con un halo casi religioso, pero no porque estemos 
esperando a ningún mesías. Siempre ha estado claro: al Presidente se le 
respeta, pero no se debe poner en los altares. Es un ser humano de carne
 y hueso, con luces y sombras, con aciertos y errores. Su firma, su 
palabra, no están por encima de nuestra Constitución Política y no 
bastan para modificar el estado de derecho.
Siempre ha habido, y 
siempre habrá, personas que están en busca de una figura salvadora. Pero
 solamente el colectivo, solamente la sociedad es la que puede hacer una
 historia de progreso. He ahí la importancia de proteger nuestras 
instituciones.
La ley es la ley. Nos guste o no nos guste, tenemos que cumplirla.
Publicado en: https://www.elsoldemexico.com.mx/analisis/el-gran-wanna-wanna-3430134.html
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