Donde ya no hay palabras,
queda la imagen: Salgado, Iturbide y la fotografía como conciencia del planeta
«Fotografiar
es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje.»
Henri
Cartier-Bresson
En tiempos de desaparición ecológica, rostros invisibles y
verdades negadas, la fotografía no solo registra lo que fue, sino lo que no
debería volver a repetirse. El legado de Sebastião Salgado y el reconocimiento
a Graciela Iturbide nos recuerdan que, cuando la palabra calla, la imagen
grita. Resuena una frase del novelista mexicano Salvador Elizondo: «Toda
fotografía es un certificado de presencia». Es decir, cada imagen refrenda que
algo —un paisaje, un rostro, un instante— efectivamente existió. Esa idea
adquiere hoy un valor urgente. Ya no se trata solo de recordar: se trata de no
olvidar lo que estamos perdiendo.
Salgado (1944–2025) captó con
su cámara no solo el dolor de las crisis humanitarias, sino también el
esplendor amenazado de la Tierra. Desde la hambruna en Etiopía hasta la
desolación en los campos de migrantes, sus imágenes en blanco y negro no
buscaban conmover desde el morbo, sino despertar una compasión activa. Cada
clic suyo era una advertencia. Tomemos su famosa imagen en la mina de Serra
Pelada: cientos de hombres como hormigas, cargando costales de tierra. Una
escena que parece del siglo XIX, pero ocurrió en pleno siglo XX. En su lente,
el trabajo extenuante se vuelve testimonio de la esclavitud moderna. Pero Salgado no se detuvo en
la denuncia. Con su esposa Lélia creó el Instituto Terra, una iniciativa que ha
reforestado zonas devastadas de Brasil con millones de árboles. La fotografía
lo llevó de la imagen a la acción, del dolor a la siembra. En él la estética se
volvió ética.
En paralelo, Graciela Iturbide
(CDMX, 1942) ha sido galardonada el día que murió Salgado con el Premio
Princesa de Asturias de las Artes. Su obra retrata a mujeres zapotecas,
rituales indígenas, escenas de frontera. “Nuestra Señora de las Iguanas” es más
que una foto: es un manifiesto visual de la dignidad indígena. Sus imágenes, a
diferencia de los titulares, no explican, pero conmueven. Ella no dispara la
cámara: la ofrece. Y en esa complicidad con lo fotografiado, el mundo se vuelve
visible con otra luz. Ambos
artistas nos recuerdan que la fotografía no es una técnica, sino una forma de
mirar el mundo con responsabilidad. Una buena imagen no embellece lo feo: lo
revela. No adorna la tragedia: la enuncia. La cámara, bien utilizada, es una
herramienta de justicia.
Hoy, más que nunca,
necesitamos esa mirada ética. Porque el planeta está muriendo a una velocidad
que ya no podemos negar. La cámara ha registrado selvas que ya no existen, ríos
que se secaron, animales que ya no están. En los archivos fotográficos hay retratos
del último rinoceronte blanco, del último glaciar intacto, del último vuelo
libre. La fotografía se ha vuelto también la tumba de lo que no supimos
proteger. Por
eso, en un tiempo de químicos eternos, de microplásticos en la sangre y de
industrias que ocultan su veneno, la fotografía auténtica nos obliga a ver lo
invisible. A detenernos. A implicarnos. Porque no hay imagen inocente: toda
imagen propone una forma de habitar el mundo.
Sin embargo, no todo es
pérdida. Las fotos de Salgado en la Amazonía restaurada son prueba de que un
clic puede sembrar conciencia. Las imágenes de Iturbide son constancia de
culturas que resisten. Cuando la política calla o la ciencia se politiza, la fotografía
habla claro. No sustituye a la palabra: la amplifica.
En tiempos donde la prisa
arrasa, la fotografía fija. Donde reina la indiferencia, la fotografía
interpela. Donde ya no hay palabras, queda la imagen. Y en ella, todavía, la
posibilidad de un mundo más justo, más digno, más vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario