El posible secreto de la inmortalidad:
los ratopines de África
«La inmortalidad no está en desafiar la muerte, sino en entender los secretos de la vida.»
Anónimo etíope
En las profundidades cálidas y sombrías de los suelos etíopes, donde la luz del sol no alcanza y el silencio es absoluto, se esconde una criatura cuya existencia está sacudiendo los pilares de la biología moderna. Se trata de la rata topo, o Heterocephalus glaber, un animal pequeño, de aspecto inofensivo, cuya piel arrugada y ausencia de pelaje lo hacen parecer más una criatura de leyenda, que una de este mundo. Sin embargo, es precisamente esta extraña criatura la que podría contener la respuesta a una de las incógnitas más buscadas por la ciencia: la vida eterna. En México y con el objetivo de analizar su comportamiento y conocer qué procesos celulares y moleculares hacen de este roedor un ser único, la UNAM promovió la creación de la primera Unidad Reproductora de Ratopines de Latinoamérica, a cargo de Susana Castro Obregón, investigadora del Instituto de Fisiología Celular y cuyos hallazgos han arrojado que cuando algún ratopin muere, se desconoce con exactitud la causa del fallecimiento, pues sus órganos se mantienen sanos. Una de las razones para explicar este fenómeno, podría ser que la autofagia no se detenga con el paso del tiempo y su organismo continúe funcionando, sin importar los años que tengan.
El grupo de investigación de la Dra. Castro, ha comparado a su vez los modelos celulares de rata, ratón, humano y ratopín, para estudiar el papel de la genética en la estabilidad del genoma y la senescencia, a efecto de entender por qué en los primeros tres deja de funcionar la autofagia, y en el cuarto no, por lo que busca analizar sus bases moleculares de regulación y su influencia en el desarrollo y envejecimiento del sistema nervioso. Pero lo más inquietante no es solo su longevidad —pueden vivir más de 30 años, una eternidad para un roedor de su tamaño—sino su inmunidad natural al cáncer, su insólita resistencia al dolor y su capacidad de sobrevivir en ambientes con bajos niveles de oxígeno, señala la Dra. Castro Obregón.
En un reciente estudio llevado a cabo por biólogos y genetistas de diversas universidades, se confirmó además que las células del topo desnudo no envejecen como las de los demás mamíferos. No presentan signos de senescencia celular, proceso por el cual las células dejan de dividirse y comienzan a deteriorarse. En el ratopín, este deterioro no ocurre. Sus células continúan funcionando a pesar del paso del tiempo. Los pueblos ancestrales de Etiopía ya hablaban de este animal en sus relatos orales. Lo llamaban Ye Terara Menfes, “el espíritu de la montaña”, y lo consideraban un guardián subterráneo, un espíritu que custodiaba los secretos de la creación y de la muerte. Los chamanes contaban que quien lograra seguir su rastro bajo tierra sin perder la razón, podría escuchar el murmullo de los huesos antiguos y las verdades que el mundo moderno ha olvidado.
El hallazgo biológico no es menor. Las células del topo desnudo presentan una estabilidad genética envidiable, con mecanismos únicos de reparación del ADN y proteínas que funcionan con una eficacia casi perfecta. Pero hay algo más, algo que escapa a los microscopios: una armonía interna que parece más espiritual que molecular. Los investigadores lo llaman “homeostasis perfecta”. Los místicos lo llaman equilibrio del alma. Algunos genetistas ya trabajan en la posibilidad de replicar estos mecanismos en humanos. ¿Y si pudiéramos copiar su biología? ¿Y si la humanidad pudiera, finalmente, prolongar la vida más allá de los límites conocidos? La ciencia se acerca a una frontera prohibida. ¿Estamos listos para cruzarla?
Quizá la vida eterna no sea una invención moderna, sino un anhelo antiguo que el tiempo se ha empeñado en ocultar. Quizá estos pequeños animales, ciegos y arrugados, sean los custodios silenciosos de un conocimiento sagrado, una alquimia olvidada que une ciencia y espíritu, biología y misterio. Y mientras la humanidad alza la mirada al cielo buscando respuestas, tal vez la clave siempre estuvo bajo tierra, escondida entre túneles y sombras, en la subterránea y longeva vida de un ratopín de África.
Publicado en El Universal, 14 de agosto 2025.