“Primero te ignoran. Luego se
ríen de ti.
Después te atacan. Entonces ganas.”
Mahatma Gandhi
En política, cuando un enemigo está
derrotado, la primera forma de saberlo es por su silencio.
Pero no es cualquier silencio,
porque el silencio se expresa de varias maneras y detrás de él pueden
existir motivos muy diversos. Por ejemplo, aquél que únicamente desea
contemplar su entorno o busca relajarse o meditar, puede estar sentado muchas
horas sin emitir un sonido, así los grandes ascetas buscan la interioridad
profunda para contemplarse a sí mismos. También alguien que quiere pasar
desapercibido tal vez decida reservarse sus palabras. Inclusive como parte de
un método de enseñanza: Pitágoras, instruía a sus discípulos a sellar sus
labios por tres años cuando estos se iniciaban y les decía, “no hables hasta
que tus palabras sean más valiosas que tu silencio”.
En cambio, cuando en un debate la respuesta a los argumentos, las
razones y los señalamientos es enmudecer, entonces está claro: el
contrincante se ha dado por vencido.
En ese momento, al rival que ya no
encuentra palabras, se le
cae la máscara, el payaso está cansado y parece gritar -¡Ya basta! -, porque hay cosas que
simplemente no se pueden defender, hay ideas que no se pueden rebatir. Entonces, el silencio aparece como
bandera blanca que se ofrece al enemigo para que deje de bombardear la aldea.
Por eso, resulta curioso ver lo que está
sucediendo en distintos congresos de nuestro país, donde, al estar integrados
por una mayoría aplastante del partido oficial, los legisladores rehuyen al
debate. En cualquier democracia moderna del mundo, seguramente resultaría inaudito que el grupo
mayoritario de un parlamento fuera mudo, aparentemente sordo e intencionalmente ciego al
debate y a la defensa de sus ideas.
Esto es grave, sobre todo, porque el
mutis empieza
a convertirse en el argumento principal y en el discurso oficial de las
diputadas y diputados, que han sido elegidos por la gente para hacer escuchar
sus voces, no para que mantengan las bocas cerradas, y ser sus representantes. ¿Así los representan?, mudos e
ignorando las señales de los que intentan advertirles que las decisiones que
están tomando, son incorrectas y sin tomarse la molestia de defender su postura
porque saben que con levantar la mano es suficiente para que se haga su
voluntad. Pierden los debates pero ganan las votaciones. Una victoria pírrica.
Este fenómeno, parecería ser
producto de un vergonzoso estado de placidez que les brinda tener un Sol, al
rededor del cual orbitar. Viven en torno a lo que un hombre ha podido construir
a lo largo de muchos años de incansable trabajo y esfuerzo, pero los hombres se
cansan y sus tiempos están definidos (por la vida y también por nuestras propias
leyes constitucionales). ¿Qué pasará cuando ese Sol se apague o ya no quiera
hablar por ellos? Seguramente encontrarán algún otro cuerpo celestial que por
la pura atracción gravitatoria los haga orbitar.
Algo más grave aún sucede cuando, al tiempo de callar, los que no
dicen nada pretenden silenciar a los que esgrimen los argumentos que exhiben
sus malas acciones.
Amigos míos, la derrota comienza a
expresarse de muchas maneras. Algunos se enojan, gritan, otros se acomodan y se duermen en sus laureles,
hay quienes sufren y lloran; pero la expresión más clara de que se ha perdido la
discusión, es, simple y llanamente, quedarse callado. “Un
pensamiento que no se convierte en palabra, queda olvidado; una palabra que no
se convierta en acción, es tiempo perdido...”.
T:
@jorgegavino
F:
JorgeGavinoOficial
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