“El problema real no es
si las máquinas piensa, sino si lo hacen los hombres.”
B.F.
Skinner
Imagino
un día en donde los juicios los realice un sistema inteligente y en cuestión de
minutos pueda dar veredictos a presuntos perpetradores de cualquier índole.
Imagino un México donde cámaras de seguridad controlen y vigilen todo lo que
hacemos, donde los buscadores de internet y la inteligencia artificial puedan
dar aviso cuando alguien está a punto de cometer un crimen. Igualmente
visualizo un nuevo mundo, donde no nos tenemos que preocupar por nada: ya no
manejamos, ya no trabajamos y ya no lavamos. Imagino esto y, francamente, me da
pavor.
El
inminente avance de la tecnología y la inteligencia artificial, en los últimos
años, despierta las pesadillas más arraigadas. Niñas y niños, adultos y mayores
conocen la historia del día de la rebelión de las máquinas y del juicio final,
cuando la humanidad ha depositado toda su confianza en la tecnología, en la
robótica y la automatización para, finalmente, convertirse en víctimas de su
propia creación. El hombre contra la máquina, el golem del siglo XXI.
Estamos
librando una batalla por la supervivencia, por todo aquello que nos hace
humanos, por el respeto a la vida y al otro. Sin embargo, después de los
primeros escarmientos, me atrevo a decir que el marcador no está de nuestro
lado: la humanidad 0 - las máquinas 1.
La evidencia es clara, como símbolo de nuestra derrota, la máquina exige
que caminemos postrados el resto de nuestros días siendo seducidos por
pantallas de “teléfonos inteligentes” 24/7; si alguien se aleja de la
conectividad de las redes sociales y la tecnología, se arriesga a un
aislamiento social, laboral y emocional.
Hoy
es imposible negar que, cada vez que olvidamos nuestro celular en casa,
sufrimos del famoso síndrome de abstinencia. Las plataformas de redes sociales
son tan adictivas, que los mismos creadores advierten sobre los ciclos de
acondicionamiento pavlovianos, mismos que en un acto de descaro profundo,
utilizan la misma simbología sonora para ponernos a babear, solo que, en lugar
de un pedazo de comida al sonar de la campana, nos ofrecen carne emocional
virtual.
No
es sorpresa que distintas familias, en un acto heroico de resistencia a la
cibernetización de la vida, prohíban a sus niños y niñas el uso del celular en
la mesa, o que eviten comprar la consola del videojuego o la nueva tableta para
lactantes. Estas batallas deben seguir siendo los frentes de guerra, espacios
de verdadera conexión humana.
Por
si lo anterior fuera poco, en las elecciones no es sorpresa la influencia de
las máquinas en el voto, al manipular y diseñar narrativas que terminan por
convencernos de pasar a las filas de los perdedores esclavizados. Al final,
pasamos de la libertad natural, con la cual nacemos, a una versión plastificada
de la misma y terminamos librando batallas en el espacio de la realidad
virtual. En los distintos escenarios electorales, familiares, globales e
individuales, será importante considerar que la verdadera batalla la hacemos
cuando retomamos nuestra responsabilidad de ser y sentirnos vivos.
T: @jorgegavino
F: JorgeGavinoOficial
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