(Publicado el 10 de octubre de 2006 en Rumbo de México)
“Cuando no hay sincronía en pensamiento, palabra
y acción, se vive en simulación y mentira.”
Sacarías*
Cuando un pensamiento no se convierte en palabra queda olvidado, y cuando una palabra no se convierte en acción, es tiempo perdido…
El ser humano, según los grandes clásicos de la filosofía, adquiere mayor “valor” cuando se aproxima a los principios de verdad y congruencia; en sentido contrario, cuando se aleja de éstos, se devalúa. Pero es peor aún, utilizar a las personas para lograr la satisfacción de intereses personales o de grupo, y no es que pensemos que los políticos en el ejercicio de su profesión deban ser un dechado de virtudes, pero sí creo con firmeza que se debe tener congruencia en el actuar cotidiano.
Recordemos que el cacique desaparecido Gonzalo N. Santos, se vanagloriaba diciendo en sus memorias que “en política, la moral es un árbol que da moras”, reconociendo que la amoralidad y la falta de ética han permeado la vida pública y su administración. Hace algunos años veíamos a Andrés Manuel López Obrador haciendo esfuerzos por acercarse y ganar la amistad del ingeniero Carlos Slim Helú, pues le interesaba sobremanera tenerle como aliado en su carrera por la Presidencia de la República, carrera que ya había emprendido sin reconocerlo (“…a mi denme por muerto, sólo me ocupo de gobernar la ciudad”).
Así, en el 2002 se creó con bombo y platillo la Fundación Centro Histórico como asociación civil, supuestamente para elevar la calidad y nivel de vida de las personas que viven a sus alrededores. Dicha asociación apareció dirigida por Laura Elena Franco y presidida por el ingeniero Carlos Slim, quien fue elogiado como un probo empresario, ejemplo de éxito y paradigma del futuro. El fideicomiso en cuestión ha intentado, sin lograrlo, renovar el Centro Histórico de la Ciudad de México, convirtiéndolo en un pasaje de actividad financiera, turística y comercial; algo así como el eje de Manhattan para los neoyorquinos.
Pero los programas de seguridad pública, de reordenación urbana y de desarrollo de inmuebles y de comercios, han sido un fracaso.
López Obrador declaró en múltiples ocasiones que las relaciones con el señor Carlos Slim eran magníficas y de mucho respeto; hoy, muchos perredistas afirman que lo único que se logró con el proyecto del Centro Histórico fue que el señor Slim se convirtiera en propietario de inmuebles de gran valor histórico y económico.
Las simpatías que López Obrador sentía por el señor Slim, lo llevaron a invitar a una de las filiales del grupo CARSO, junto con otras diez empresas nacionales y extranjeras, a competir para la inversión, instalación, operación y mantenimiento del sistema de recaudación y control de peaje del Metrobus, un negocio muy jugoso para cualquier compañía; finalmente, el contrato le fue adjudicado a Slim a través del grupo Inbursa, que cobrará 5.69 por ciento de la recaudación total de boletos por operar el sistema de prepago, y 9.30 pesos por cada kilómetro que recorran los 60 autobuses a lo largo de aproximadamente 23 mil kilómetros diarios. Hasta ahí todo era miel sobre hojuelas, pero bastó que el empresario se atreviera a declarar que “tomar la ciudad que se gobierna es un acto kafkiano” para que la simpatía se trocara en antipatía y encono; inmediatamente, la Contraloría del Gobierno de la Ciudad emitió una resolución resolviendo una inconformidad presentada meses atrás por la empresa TACOM y declarando nulo el fallo de adjudicación a la empresa de Slim.
A la una de la tarde del domingo 8 de Octubre, la actriz Jesusa Rodríguez, simpatizante del PRD, irrumpió en el Sanborn’s de los Azulejos y, sin respetar a los administradores, clientes y comensales, realizó una parodia aludiendo al comentario de Carlos Slim sobre lo kafkiano que era la toma de la ciudad por el mismo que la gobernó. Slim citó a Kafka, por ser el autor de la famosa Metamorfosis, obra carente de toda lógica y sentido común. En la representación, la actriz no se disfrazó de escarabajo como en la obra original, sino de cucaracha gigante, para aludir a la transformación del empresario.
Ahí están las incongruencias: un supuesto presidente “legítimo” que hace campaña personalmente en Tabasco apoyando a su partido político; no obstante, es muy probable que dentro de seis años querrá participar nuevamente como candidato a la Presidencia de la República, soslayando el hecho de que en México no es posible la reelección, ni siquiera la de presidente “legítimo”.
El ingeniero Slim no ha cambiado, lo que cambió es la apreciación que López Obrador tiene de él. Empresario probo o cucaracha gigante, son alucinaciones de un político que no es alumbrado por la cordura.
*Seudónimo empleado por Jorge Gaviño Ambriz
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