“No sé yo para qué viene el vergonzoso a palacio”
Tirso de Molina
Casi sin asomo de dudas puede decirse que el presidente López Obrador construye su ideario político y piensa muchas de sus acciones a partir de momentos claves en la Historia del país, particularmente del siglo diecinueve.
Algunas decisiones suyas hacen parecer que hacer historia implica revivirla o reescenificarla, como cuando anunció que recobraría Palacio Nacional (que por casi un siglo fue sólo la oficina presidencial) como lugar de residencia. El primer mandatario ya hacía home office antes de que todos lo lleváramos a cabo por la pandemia.
La historia nacional puede leerse en los usos que se le han dado a Palacio: desde el violento emplazamiento colonial sobre lo que fuera la sede del gobierno prehispánico, a ser solamente la oficina del titular del Poder Ejecutivo en tiempos recientes, pasando por los presidentes que vivieron ahí durante el siglo XIX, esa centuria tan antigua, como profunda y cercana.
Hay tanto interés en el siglo antepasado, que es como si se hicieran realidad las descripciones del palacio de “El rey burgués”, el cuento de Rubén Darío: elementos refinados, soberbios, antiquísimos y maravillosos. Como anécdota curiosa, el poeta nicaragüense no pudo llegar a la Ciudad de México, embarcado vía Veracruz, para los festejos del Centenario de la Independencia, por haber escrito un poema antiestadounidense y provocar la ira de ese gobierno. Ni un “comes y te vas” tuvo.
El rey burgués del cuento hace callar a un poeta que veladamente lo critica por su forma de actuar, precisamente por ser burgués; el líder republicano de la autonombrada “Cuarta Transformación” califica de burgueses a quienes lo critican y, para no perder la costumbre decimonónica, los llama también “conservadores”.
En la recuperación-reescenificación de figuras del pasado, se ha anunciado que el hogar del presidente tendrá nuevamente (como en el XIX) a un encargado: el Gobernador del Palacio Nacional.
El pasado 19 de febrero, López Obrador aclaró que no se trataba de un cargo político, sino que más bien se trata de que alguien ayude a mantener el edificio: “…para que la zona histórica del palacio se conserve bien, los pisos, los techos. Todo se cuida. (…) Por ejemplo, en todo lo que es la fachada de Palacio, la cantera es especial y no se puede limpiar si no hay autorización de Antropología, porque es un monumento histórico y además porque se desgasta”.
Tal vez por eso al inquilino le molesta tanto que le pinten las paredes. Pero, de cualquier forma, hay una certeza que resulta preocupante en términos prácticos: en un país donde abunda la pobreza, es vergonzoso y contradictorio declarar que hay austeridad y se viva en un palacio.
Hago votos para que López Obrador sea el último presidente que viva en Palacio Nacional: transformémoslo en un museo.
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