Reflexiones en el tiempo

18/8/20

LEY AZUCARADA DE ALTO CONTENIDO POLÍTICO

“Las leyes inútiles debilitan a las necesarias”.
Montesquieu

 

La frase del siglo XVIII que sirve de epígrafe a este artículo, ayuda para ilustrar lo que recientemente sucedió en el estado de Oaxaca con la adhesión de un artículo 20 bis a la Ley de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes para prohibir “la distribución, venta, regalo y suministro a menores de edad, de bebidas azucaradas y alimentos envasados de alto contenido calórico”.

Sin embargo, esta nueva normativa que tanto fue celebrada con pompa y entusiasmo por parte de las más prominentes figuras de Morena -Dr. Gatell incluido-, no es más que un simple acto de propaganda política que pretender dar la impresión de que “estamos haciendo algo” frente a un grave problema que afecta a las niñas y niños de México que hoy ocupan el primer lugar mundial en obesidad infantil.

Como puede advertirse en el fragmento de la ley que cito en el primer párrafo, la redacción de este nuevo ordenamiento es tan mala que no deja claro si la prohibición aplica a todas las bebidas azucaradas o únicamente a aquellas que están envasadas. ¿Y si alguien decide vender el refresco en jarritos de cerámica? ¿Es sancionable?

Esto nos lleva a un segundo ejemplo de las muchas imprecisiones que constan en el aplaudido documento: Las sanciones.

Una ley que tiene por objeto prohibir, debe establecer puntualmente cuáles son las sanciones respectivas al incumplimiento de lo que la norma prohíbe.

¿Qué pasa si haces lo que dice que no hagas? En este caso, no pasa nada. Es una ley imperfecta porque no tiene sanciones.

Tampoco queda claro qué vigila. ¿Cuáles son esas bebidas y alimentos malos? ¿Qué tanta azúcar es “mucha azucar”? El ordenamiento en cuestión únicamente señala que estos límites estarán en conformidad “a la Norma Oficial Mexicana correspondiente”. ¿A cuál NOM se refieren?

Si se refieren a la modificación a la Norma Oficial Mexicana NOM-051-SCFI/SSA1-2010, donde se describen las especificaciones generales de etiquetado para alimentos y bebidas no alcohólicas preenvasados (publicada este año en el DOF), entonces ya metieron a las autoridades en otro problema.

Dicha Norma Oficial, que sí representa un auténtico avance en materia de información nutricional, empezará a operar hasta el mes de octubre y entrará plenamente en vigor hasta dentro de 5 años.

Así las cosas, habrá que estar atentos para no permitir las mismas inconsistencias en caso de que este ejercicio de propaganda legislativa, intente ser replicado por la 4T en el Congreso capitalino.

No vaya a suceder que, por las prisas, terminemos el año viendo operativos y redadas de la Guardia Nacional porque en las posadas decembrinas las piñatas vengan cargadas de dulces extra azucarados.

Montesquieu tenía razón: las leyes inútiles sí estorban.

 



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DOS STRIKES

“Yo nunca dije la mayoría de las cosas que dije.”

Yogi Berra


El miércoles de esta semana ocurrió algo que en su momento pareció extraño. El presidente de la República abrió un espontáneo paréntesis en su conferencia matutina para sincerarse con la audiencia y declaró: “...no crean que yo vengo aquí ya con ideas analizadas, no, yo vengo aquí a hablarles de manera sincera, decirles lo que siento, lo que conozco, lo que es mi experiencia.”

Entonces recordé que, apenas unas mañaneras antes, el mandatario había repetido en dos ocasiones una misma falsedad que ahora puede atribuirse a esa falta de análisis previo de las ideas.

El 3 y 7 de agosto respectivamente, el presidente habló sobre el coronavirus y, como un bateador que sale a hacer swing a lo primero que le tiran, abanicó dos veces diciendo: “Los niños pueden no contagiarse” (strike uno) y “Afortunadamente esta pandemia no afecta a los niños” (strike dos).

Falso y peligroso. Aunque se reconoce el candor del titular del Ejecutivo, declarar basándose en el sentimiento en plena pandemia es un error.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud: “Las investigaciones indican que los niños y los adolescentes tienen las mismas probabilidades de infectarse que cualquier otro grupo de edad (...) tienen menos probabilidades de desarrollar una enfermedad grave, pero con todo se pueden dar casos graves en estos grupos de edad.”

 

En las “Grandes Ligas” este tipo de equivocaciones no se perdonan. El pasado 5 de agosto el presidente Donald Trump, subió a sus redes sociales un video donde decía que había que reabrir las escuelas porque “los niños son casi inmunes a esta enfermedad”.

Esto, a pesar de que las autoridades sanitarias acababan de informar que, tan solo en las dos últimas semanas de julio, casi 100 mil niños en Estados Unidos habían dado positivo al COVID-19.

Como resultado Twitter suspendió temporalmente la cuenta de Trump hasta que borrara la publicación, Facebook retiró el video y un vocero emitió la siguiente declaración: “Este video incluye afirmaciones falsas acerca de que un grupo de personas es inmune al COVID-19, lo cual es una violación a nuestras políticas sobre desinformación perjudicial de COVID”.

Mientras tanto, en nuestro país, ninguna autoridad (sanitaria ni de gobierno) ha decidido dar la cara para desdecir la “fake news” del principal dirigente e informar con claridad.

Resulta muy marcada la doble moral del umpire que canta “¡bola!” (o se hace de la vista gorda) cuando le conviene al equipo de casa, pero no tiene empacho en señalar el out con un dedo flamígero en caso contrario.

Para terminar me gustaría hacerle una humilde y respetuosa recomendación al presidente de la República: cuando se trate de temas que puedan poner en riesgo la vida y la salud de las personas, es mejor sí llegar con las ideas analizadas.

No vaya a suceder que, en otra de las frases célebres del legendario catcher de los Yankees cuyas palabras sirven de cabeza a este artículo, termine cometiendo “demasiados errores equivocados”.

Cuidado con el strike tres, hay veces que es mejor estudiar al pitcher.

 



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¿Y EL ACUERDO?

Algo que parece un protocolo pero no cumple con la tarea no es un protocolo, es una pérdida de tiempo”.
Bruce Schneier

 

El viernes 5 de junio de este año, un grupo de presuntos anarquistas salió a las calles de la Ciudad de México para protestar en contra del abuso policial por los casos de Giovanni López en Jalisco y de George Floyd en Estados Unidos.

Ese día, Melanie “N”, una joven menor de edad que venía con el grupo de supuestos anarquistas, resultó golpeada por efectivos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Afortunadamente la joven no sufrió lesiones graves.

A raíz de este hecho, el domingo 7 de junio la Jefa de Gobierno anunció que se crearía un nuevo protocolo de actuación policial.

El 29 de junio, la titular del Ejecutivo capitalino dijo que el documento estaba prácticamente listo, pero pasó todo el mes de julio sin que se volviera a hablar del tema.

Fue hasta el lunes 3 de agosto cuando el nuevo secretario de Gobierno de la ciudad, el subsecretario de la dependencia, la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos local y el subsecretario de Participación Ciudadana y Prevención del Delito ofrecieron una videoconferencia de prensa para platicar de un “Acuerdo para la Actuación Policial en la Prevención de Violencias y Actos que Transgreden el Ejercicio de Derechos durante la Atención a Manifestaciones y Reuniones de la Ciudad de México”.

Para empezar, un Acuerdo debe estar signado por la autoridad responsable, debe estar fundado y motivado y, además, tiene que ser publicado en la Gaceta Oficial para su cabal cumplimiento.

Sin embargo, por lo menos hasta el pasado viernes, ningún protocolo de actuación policial había sido publicado por el Gobierno de la Ciudad.

En realidad ese día lo único que se presentó fueron 8 diapositivas con un título muy largo y ninguna disposición novedosa: todas las medidas que venían en esas diapositivas ya están previstas en las normas vigentes.

Un protocolo es una guía que describe las acciones que se deben seguir en una situación de emergencia, donde las decisiones tienen que tomarse rápidamente y las instrucciones deben ser precisas.

En lugar de crear un parche (que sólo servirá para confundir más a los elementos de la policía), las autoridades de la capital tienen que concentrarse en proponer una ley local que regule el uso de la fuerza, armonizada con la Ley General en la materia y de donde se desprenda cualquier protocolo de actuación. Ese sería el camino correcto.

Una manifestación, si se torna violenta, puede dar lugar a situaciones tan peligrosas y delicadas en las que, si la autoridad no tiene claro cómo cumplir con su tarea, el resultado puede ser peor al que se tendría si ni siquiera hubiera estado presente.

 



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3/8/20

LA NUEVA REALIDAD

“Solo existe una guerra que se le puede permitir al ser humano: la guerra contra su extinción.”
Isaac Asimov

La palabra “nuevo” proviene del latín novus y se refiere a algo recién hecho, algo que se percibe o se experimenta por primera vez. Según la Real Academia Española: “Distinto o diferente de lo que antes había”.
Por otro lado, la palabra “normal”, del latín normālis, es lo dicho de una cosa que se halla en su estado natural: describe “lo habitual”.
Es por ello que esa idea de “Nueva Normalidad”, que las autoridades han intentado imponer, no es más que un concepto fallido desde su misma construcción lingüística: Lo que es nuevo no puede ser normal y lo que es normal no puede ser nuevo.
Galimatías aparte, la auténtica urgencia es que, tanto gobierno como sociedad, empecemos a darnos cuenta de que aquello que tenemos que empezar a construir es una nueva realidad que se adapte a las nuevas circunstancias.
¿Cómo construir ese nuevo mundo? En primer lugar, aceptando la incertidumbre.

Al día de hoy, seguimos sin saber con precisión cuál fue el origen de este virus que se esparció por todo el planeta, si surgió de forma natural o si fue creado en un laboratorio, no sabemos cuáles son las secuelas que provocará a largo plazo en las personas que han logrado recuperarse.
Una cosa está clara: esta enfermedad no va a desaparecer en poco tiempo. Tendremos que aprender a convivir con ella.
Sin embargo, eso no quiere decir que debemos resignarnos a la suerte. Al contrario, hay que poner las bases para dar lugar a un sistema más resistente a este tipo de eventos.
Más allá de los apoyos sociales y los discursos, el gobierno tiene que empezar a trabajar en crear las condiciones para que la gente pueda ponerse a salvo del virus sin perder su patrimonio.
En este sentido, un ingreso básico universal es un paso fundamental para que en situaciones de emergencia todas las personas, sin importar su condición social, puedan concentrarse en cuidar su salud.
De igual forma, las autoridades no pueden seguir castigando al sector privado dejándoles llevar toda la carga sin ofrecerles ningún mecanismo para paliar la crisis. En estos momentos las empresas no necesitan créditos, necesitan incentivos fiscales y un verdadero programa de reactivación económica.
Finalmente, es hora de que el gobierno federal deje de intentar normalizar la enfermedad y ponga en marcha una auténtica estrategia para controlar la pandemia. ¿Tenemos que regresar al confinamiento?, que así sea. ¿Cancelar eventos masivos?, que se cancelen por históricos que sean.
Bajo la incertidumbre, hay que actuar conforme a protocolos claros y no tomar riesgos innecesarios.
Es mejor errar del lado de la prudencia que de la catástrofe: Si el gobierno no está seguro si los cubrebocas funcionan, que los usen hasta que se demuestre lo contrario (el hecho de no tener “evidencia científica contundente” no quiere decir que no sirvan).
Muchos especialistas han advertido que esto que estamos viviendo es una especie de “antesala” para la crisis climática que se avecina.
Si esto es cierto, no podemos seguir pretendiendo que vivimos en un mundo maniqueo de ricos y pobres, chairos y fifís, liberales y conservadores. Eso ya no existe, es una ilusión, un espejismo que ha sido exhibido por la pandemia.
Isaac Asimov escribió que “la humanidad no puede darse el lujo de desperdiciar sus recursos financieros y emocionales en interminables peleas sin sentido entre cada grupo”, de lo contrario nuestra propia supervivencia se convierte en una incógnita.
Esa pelea tenemos que darla juntos.





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