Reflexiones en el tiempo

20/1/11

LOS MUERTOS HABLAN



(Publicado el 2 de noviembre de 2004. Excélsior)
“¿Qué buscas por estos sitios
donde a los vivos espantas?
Si tienes talegas ¿cuántas
me podrás proporcionar?...”
El ánima de Sayula.*

Duelo y festejo, pena y alegría; dualidad que refleja el pueblo mexicano ante la muerte. A diferencia de otras culturas, se manifiesta con mofa, retozando y conviviendo con la parca. Sentimientos encontrados: en el velorio se exige luto, ceremonias, lloronas, abrazos, pésames, abstenciones, tristeza; pero el día de muertos, todo es colorido, tributo, danza, fiesta opípara y sincretismo con lo prehispánico.

¡Pobres muertos! Comen, fuman y toman una vez al año, cada inicio de noviembre; esto si el panteonero no se les adelantó atracando las ofrendas de nuestra vasta cocina, como el mole verde o el rojo, la calabaza en tacha, los tamales, aguas frescas, pan, calaveritas de azúcar, ácidos membrillos… Altares donde se rinde culto a los deudos de acuerdo con la creencia o región; predominando en todas el color naranja y el morado, así como los refranes populares: “No te me vengas bulto, déjame rezarte un credo”… En Janitzio, Michoacán, se celebra en el cementerio la “Animecha kejzitakua”, escenario con las mujeres y niños de la isla que, como fantasmagóricas fi guras, van colocando las ofrendas florales sobre los limpios y bordados manteles colocados en las tumbas; las velas van encendiéndose y de pronto el camposanto está iluminado; una pascua de luces misteriosas, acompañado de una campana que toca toda la noche. Por todo el lugar, se escucha el eco de los cantos en tarasco, llenos de suaves melodías que imploran el descanso para los ausentes y la felicidad para los anfitriones. Desde Pátzcuaro, se observa el cerro de la isla con vida, no obstante que el festejo es la muerte…
En un territorio árido lleno de matorrales y arena, apenas con vestigios verdes por la falta del vital líquido, los Yaquis, con rostros fuertes y expresivos, utilizan un pañuelo en el cuello los hombres y falda a media pierna las mujeres. Cada familia posee un librito negro, en cuyas hojas se anotan los nombres de sus difuntos y las fechas de su partida; contiene también los “Clamores” de las ánimas benditas del purgatorio. Tamales de masa obscura, esquites, maíz seleccionado como el mejor y agua bendita, todo en platos de barro, son los objetos ceremoniales. Esa noche, no hay velación en el pueblo, sólo destellos de cirios y música con tambores a un lado de la Cruz del Perdón.

El mar de Cortés es testigo de esas centenarias costumbres. En Mesoamérica, al que moría se le dotaba de todo lo que pudiera serle útil en su viaje al reino de la muerte: el Tlalocan si fallecían ahogados; o el Mictlán para los demás. Concepción mexica que traspasa el tiempo. El difunto hacía el recorrido acompañado por un perro lampiño tepezcuintle y en este trayecto, al viajar por un río, padecería siete peligros. De esta creencia toma su origen la ceremonia del día de muertos en Xochimilco. Se ofrecen ayates a quienes gustaron de cosechar o morrales para los buenos en siembra y en las calles los niños salen a pedir su “calaverita” en canastos de fruta o de pan.

Sea cual sea la tradición o costumbre mexicana, la creencia es pareja: En esta época del año las almas vagan entre los vivos para visitar a sus allegados supérstites, es una verdadera metempsicosis inversa. Las luces de las veladoras hacen las veces de faros que guían a cada una hasta su altar respectivo, y en todas, la muerte es una forma de continuidad de la vida, una etapa más, sin certeza real, sólo creencia. Salen a la luz múltiples interrogantes de las que solamente el que fallece encuentra su respuesta, pero con la desgracia de no poderlas difundir, es el saber no compartido. Entre los vivos la solución a las preguntas sobre lo inevitable, se encuentra en la fe, creencia, religión o pensamiento filosófico, sobretodo en situaciones de la pérdida de un ser querido, del que todos deseamos que continúe su camino hacia la eternidad.

En el Nirvana, el pasado es pasado, el futuro es incierto, solamente el presente está en nuestras manos. El mayor deber del hombre es vivir en el presente y compartir su alegría con sus semejantes. En el catolicismo se definen tres tipos de vida: la física, ser compuesto de alma y cuerpo; la espiritual, el alma santificada con la presencia de Dios; y la vida eterna, que es la visión del Ser Supremo cara a cara en los cielos. Para los budistas, todos los individuos tienen el potencial de iluminarse en su vida presente y Buda no se define como un ser trascendental o supremo, sino iluminado y presente. Para los materialistas, la muerte es un estado final de cualquier biosistema, y los sueños sobre una vida eterna son sólo eso, sueños. En todas estas filosofías, la muerte está presente como lo inevitable, y de nuestras acciones dependerá nuestro camino al final de la vida Festejemos a La Catrina, que representa lo escondido dentro de lo desconocido, y que a nadie le urge encontrar. No matemos al día de muertos.

Hoy, que se celebra el día de muertos, es prudente conjugar el verbo que según mi maestro, Alfonso Sierra Partida, es el verbo más irregular del habla hispana, el verbo morir, díganme si no…: yo muero, tú feneces, él fallece, nosotros perecemos, vosotros os petateáis, y ellos… se pelan.

*Cuento mexicano escrito a finales del siglo XIX por el abogado Teófilo Pedroza. La inspiración fue una ingeniosa broma que años antes un boticario, un abogado y un peluquero le jugaron a un tal Apolonio Aguilar, en la población de Sayula Jalisco. La broma consistió en convencer a Apolonio, de que en el Panteón de la Soledad, al sonar las doce campanadas de la media noche, salía a rondar un ánima en pena que ofrecía un tesoro al valiente con quien pudiera entenderse. La información que omitieron los bromistas fue que el aparecido era homosexual, y que el tesoro referido, era una forma metafórica de referirse a los “favores” que ofrecía el fantasma.

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