Hace casi cincuenta años, en febrero de 1975, una conspiración global atentó contra la cultura escrita. Empezó en Inglaterra: los libros más raros y antiguos de la Biblioteca de Londres desaparecieron de manera misteriosa, lo mismo ocurrió en París y Roma. Luego vinieron los incendios de las bibliotecas de Moscú y Tokio. Por todos lados comenzaron a desaparecer los ejemplares de los grandes autores de la historia y una ola destructiva de libros azotó al mundo. Por fortuna había quién resolviera esos asuntos.
Lo anterior, sucedió dentro del universo del héroe enmascarado: Fantomas, la Amenaza Elegante. En aquella aventura (con la que este artículo comparte su título) una organización secreta liderada por George Steiner culpa a los libros de toda la maldad del mundo. Fantomas empieza a ser contactado por algunos de los personajes más famosos de la literatura de los años setenta como Julio Cortázar, Octavio Paz, Susan Sontag y Alberto Moravia. Todos ellos han sido amenazados de no escribir nuevos libros e incluso sufrieron atentados que pusieron en riesgo sus vidas: “Otra novela más y me degüellan” le dice Cortázar a la Amenaza Elegante.
Esta historia sirve para ilustrar una idea que ya desde siglos antes de nuestra era había sido estudiada, discutida y analizada: los sistemas autoritarios desconfían de la gente independiente, truncan a los que sobresalen, suprimen a los que actúan con libertad.
Aristóteles escribió que uno de los objetivos principales de la tiranía es lograr que los ciudadanos “piensen poco”. La ignorancia del pueblo y el pensamiento único es lo que permite que un gobierno así tenga una vida más larga y cómoda, por eso atentan contra la educación y señalan como enemigo a cualquier grupo o persona que no se resigne a ser gobernado despóticamente.
Actualmente, va quedando claro que vivimos bajo un régimen que le teme o se siente incómodo ante la inteligencia. Recortes presupuestales a universidades e investigadores, desaparición de instituciones, persecución contra académicos y destitución de servidores públicos capaces y especializados para sustituirlos por “gente honrada” (que tal vez no sabe leer, pero no miente).
En un escenario como este, lo peor que podemos hacer como sociedad es desconfiar de los otros por el simple hecho de que opinan diferente a nosotros. Debemos preservar ese pensamiento multiforme, cultivar la diferencia de ideas y defender, ante todo, el derecho de expresarlas libremente. Solamente así apagaremos ese fuego, esa hoguera, en la que quiere ponerse a la inteligencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario