Reflexiones en el tiempo

3/11/20

DÍAS DE MUERTOS

“Contemplar la luz es para los mortales la cosa más dulce...”
Eurípides
 

Cada año los mexicanos dedicamos el último día de octubre y los dos primeros de noviembre a conmemorar a nuestros muertos, siguiendo una tradición prehispánica que data de más de 3 mil años.
Se trata de un ritual que nos distingue de otras culturas por ser más una celebración o festejo, que una jornada solemne y triste. En esta época del año las almas vagan entre los vivos para visitar a sus allegados supérstites. Es una metempsicosis inversa, donde los espíritus regresan a disfrutar de sus ofrendas. 
El 2020 es diferente porque, además de los espíritus, la muerte también camina entre nosotros y nos obliga a permanecer en nuestras casas. Este año los panteones están cerrados por razones sanitarias y la celebración ha dado paso a un luto nacional de tres días, en memoria de las decenas de miles de personas que han fallecido a causa de la peste funesta.
El conteo diario de defunciones, el constante sonido de ambulancias, el monitoreo de la capacidad hospitalaria, los negocios cerrados, los lugares abiertos pero a la vez vacíos, los rostros cubiertos, han convertido al presente en una especie de lugar intermedio entre el mundo de los vivos (ese que se quedó antes de la pandemia) y el de los muertos.
Algo similar a lo que describe Homero, contemporáneo mediterráneo de nuestros ancestros mesoamericanos, cuando Ulises llega a los confines del Océano, a la ciudad de los Cimerios, para evocar a los muertos con sacrificios y libaciones y así poder hablar con el alma de Tiresias, el adivino ciego, que habrá de decirle cómo retornar a Ítaca (en este caso, son los fallecidos los que ayudan a regresar a casa a los vivos).
A diferencia de lo que ocurre en nuestras tierras, cuando Ulises hace el ritual y ve salir del Érebo las almas de los fallecidos (“mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males”), siente terror.
“¿Por qué, oh infeliz, has dejado la luz del sol y vienes á ver á los muertos y esta región desapacible?”, pregunta Tiresias y le pide a Ulises que lo deje beber de la ofrenda, “para que te revele la verdad de lo que quieras”.
Una vez proferidos los oráculos, el ciego adivino se despide y Ulises aprovecha para hablar con el alma de su difunta madre. El hijo intenta abrazarla pero ella se le escapa como una sombra.
Él le pregunta por qué huye cuando se le acerca, a lo que ella contesta: “...esta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los huesos (...); y el alma se va volando, como un sueño.”
Como un sueño: así la vida y, también, la muerte.
En el camposanto, todas las cruces sobre lápidas frías se estremecen con recuerdos de los que viven aún. El hijo recuerda al padre, no se encuentra en el hogar; el niño piensa en la madre que ya en la tierra no está...

 



Vicecoordinador del Grupo Parlamentario del PRD


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