“El que quiere interesar a los demás tiene que provocarlos.”
Salvador Dalí
En 1917, el artista francés Marcel Duchamp intentó inscribir una obra
titulada “La Fuente” bajo el seudónimo “R. Mutt”, para lo que sería la
primera exhibición de la “Sociedad de Artistas Independientes” en la
ciudad de Nueva York.
“La Fuente”, consistía en un urinario blanco de porcelana con la orgullosa firma del artista en negro.
Cuando el comité encargado de la exhibición vio que esta obra
pretendía ser ingresada, rechazó incluirla bajo el argumento de que eso
no era arte. Ante esta determinación, Duchamp renunció a los Artistas
Independientes alegando que no se estaban respetando los principios de
libertad y apertura absolutas.
Este caso sirve para ejemplificar
cómo el arte puede ser una forma de romper con las convenciones,
rebelarse ante lo establecido. El verdadero artista debe ser un crítico
acerbo, cáustico de su sociedad. Igual que Sócrates, debe convertirse en
un tábano que aguijonee la conciencia ciudadana con el fin de
despertarla.
Sin embargo, cuando este aguijón penetra en el
territorio de las religiones, de las ideologías puede generar reacciones
mucho más violentas de lo que se esperaba.
Un ejemplo extremo de lo anterior, es lo que sucedió en París, en las oficinas de la revista Charlie Hebdo en
el 2015, cuando dos terroristas entraron a las instalaciones, abrieron
fuego y asesinaron a 12 personas en venganza a una serie de caricaturas
satíricas de Mahoma que habían sido publicadas en el semanario desde el
2011.
En el 2004, en Argentina una muestra retrospectiva del artista León
Ferrari, desató controversia al incluir su obra “La Civilización
Occidental y Cristiana”: Un Cristo de 2 metros de largo, crucificado
sobre un avión de combate estadounidense F-105 Thunderchief.
El
entonces cardenal Jorge Bergoglio (hoy Papa Francisco), condenó esta
muestra señalándola como “una vergüenza” y la calificó de blasfema. Acto
seguido, un grupo de fieles entró al Centro Cultural Recoleta y
destrozó algunas de las obras de la exhibición.
Tres años
después, en el 2007, cuando Ferrari fue premiado por esta obra con el
León de Oro en la Bienal de Venecia, recordó el episodio diciendo: "Es
una especie de favor que me hizo Bergoglio (...) nunca antes un artista
había recibido tanta publicidad”.
Algo similar ocurrió la semana
pasada con la pintura de Fabián Cháirez, “La Revolución” exhibida en
Bellas Artes, donde se muestra a un Zapata feminizado. El artista logró
su cometido: provocar.
A través de los años, distintos grupos
marginados (indígenas, campesinos, ambientalistas) han adoptado a Zapata
como estandarte en la lucha por el reconocimiento de sus derechos.
Parecería que hoy Zapata, podría convertirse en un símbolo para aquellos
que buscan respeto por la diversidad sexual.
¿De quién es Zapata? ¿A quién pertenece? ¿A sus familiares? ¿A los mexicanos?
Zapata, como símbolo, pertenece a todos aquellos que se identifican con su legado: la lucha por la justicia y la igualdad.
Zapata vive, la lucha sigue.
Publicado en: https://www.elsoldemexico.com.mx/analisis/viva-zapata-4612532.html
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