Si usted visita el Museo Nacional de
Antropología e Historia en la Ciudad de México, encontrará una escena
que probablemente le provoque un extraño escalofrío: en el centro de la
primera sala, encapsulado en un cubo de cristal, se halla el cadáver
desnudo de un hombre, recostado sobre su lado izquierdo en posición
fetal, con la boca abierta y los ojos entrecerrados.
Se trata del modelo a escala real de un
entierro neandertal ubicado en Irak: Un hombre, pero de otra especie.
Tan profunda es la relación del ser humano con la muerte, que al menos
dos de las especies de este género han practicado rituales en torno a
ella.
Un elemento interesante de este entierro
es que en el sitio se encontraron muestras de polen de distintas
flores, que habrían sido colocadas alrededor del cuerpo a modo de
ofrenda. Tal vez ya desde entonces existía la noción de que, quizás, la
muerte no es el final sino una forma de continuidad de la vida, una
etapa más.
En distintas culturas, las flores han
sido utilizadas como un elemento para formar caminos que guían a los
espíritus a través de su esencia, como el cempasúchil en los altares de
muertos en México, donde las luces de las veladoras, hacen las veces de
faros para que las almas encuentren su altar respectivo.
Estos esfuerzos milenarios por hacer
regresar a los muertos, nos llevan a una pregunta: Incluso aceptando que
existiera un “más allá”, ¿podemos hablar con ellos?
A raíz de la pérdida de su hija mayor,
Léopoldine, Víctor Hugo emprendió la tarea de comunicarse con ella, más
allá de la muerte. En 1853, dijo haberlo logrado a través del
espiritismo. En una nota en su diario, el escritor dejó las siguientes
líneas:
“Hoy tan sólo puedo dar fe de la
existencia de un fenómeno que se manifiesta a través de los giros y
golpeteos de una mesita de pedestal: la existencia de muchos otros
mundos —quizá más cercanos al nuestro de lo que suponemos— y de la
eternidad de las almas.”
Cuentan que en una ocasión, después de
una sesión particularmente agitada, Adèle, la hija menor del escritor
preguntó: —¿Qué hay en esa mesa para que pueda hacer lo que hace?” —.
Ahí hay vida —, fue la respuesta de su padre.
Tal vez Víctor Hugo tenga razón y en
realidad hay vida después de la muerte, o tal vez no. Por el momento, ni
usted ni yo, podemos saberlo con certeza.
Lo que está claro, es que los muertos sí regresan.
Publicado en: https://www.cronica.com.mx/notas-los_muertos_regresan-1136417-2019
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