Jorge Gaviño Ambriz.
"El hombre teme a la muerte
porque ama la vida”.
Dostoievski.
En muchas ocasiones hemos escuchado que “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, y llevando esta afirmación al terreno de la vida y muerte, podemos afirmar que la vida se sostiene con la muerte. Los elementos químicos del cuerpo se ligan con la vida y se disgregan con la muerte, situación que puede explicarse con el binomio asociación-putrefacción.
Pero… ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿El infierno, la otra vida, la nada, la vida eterna? Desde que el hombre alcanzó su máximo grado de evolución, el tema de la muerte siempre le ha resultado un misterio por su espontaneidad, nadie sabe cómo, cuándo y dónde vamos a morir. La incertidumbre de hacia dónde nos dirigimos al fallecer es una interrogante que genera temor, razón por la cual rendimos culto a la muerte.
La conmemoración en nuestro país del “Día de Muertos”, es de origen prehispánico, data desde hace 3 mil años y busca celebrar a los difuntos los días 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre.
Con la llegada de los españoles a tierras mexicanas, se dio un sincretismo que mezcló las tradiciones europeas y prehispánicas, haciendo coincidir las festividades católicas del “Día de todos los Santos” y “Todas las Almas”, con el festival similar mesoamericano, creando el actual Día de Muertos.
De acuerdo con las tradiciones precortesianas, los difuntos de expiración natural se encaminaban al Mictlán; quienes morían por motivos ligados al agua, iban al Tlalocan; en tanto que los guerreros extintos en batalla, los sacrificados y las mujeres que perdían la vida durante el parto, partían hacia el Tonacalli.
Más tarde, víctimas de la cruz de los conquistadores, nos desplazamos con solemnidad hacia los panteones, localizamos lugares de sosiego para nuestros seres queridos, en las tumbas colocamos los manjares que en vida fueron del agrado de nuestros difuntos, adornamos con flores naranjas de cempasúchil y numerosas velas, entre alabanzas, rezos y cantos, transcurrimos la noche recordando los momentos cálidos de aquellos que nos compartieron su experiencia, mientras los niños piden su “calaverita”.
Desafortunadamente, el Día de Muertos se ha visto desplazado por el “Halloween”, una festividad celta celebrada la noche del 31 de octubre, la cual tenía como objetivo encender grandes fogatas, sacrificar caballos, incluso humanos, para ahuyentar a las brujas y espíritus malignos, pues se creía que en la noche del “Samhain” (Caballero de la Muerte), los muertos regresaban del más allá y lanzaban hechizos sobre los seres humanos si no veían satisfechas sus peticiones.
En la Edad Media, algunos bandoleros utilizaron estas creencias para disfrazarse de diablos y espantos para así realizar fechorías culpando a los malos espíritus. De ahí, la tradición de “trick or treat” (“truco o trato”), que realizan en la actualidad los niños, al disfrazarse, salir a las calles a pedir dulces y hacer bromas en caso de no conseguirlos.
Gracias a la mercadotecnia y comercialización de productos que promueven la celebración del Halloween, los dulces y tradiciones mexicanas han sido relegados, sería una pena perder esta tradición de siglos, sobre todo porque la tradición es la piedra angular de toda cultura. Por lo tanto, necesitamos incentivar en todos los niveles educativos la conservación de nuestras tradiciones, para continuar preservando el Día de Muertos.
Twitter: @jorgegavino
Publicado en el Sol de México el lunes 5 de Noviembre
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