Jorge Gaviño Ambríz
“Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”
Mahatma Gandhi
Todos tenemos algún recuerdo de aquel lugar mágico, lleno de luces, colores, risas, sorpresas e ilusiones: el circo. Nuestros padres lo vivieron, así como nuestros abuelos y muchas generaciones más.
Se dice que la palabra circo viene del latín “Circus”, refiriéndose a un círculo, o del griego “Kirkos”, significando anillo. No se sabe con certeza su origen o su antigüedad, pero se presume que nació en Egipto en el año 2500 A.C. con actos de malabarismo, acrobacia y equilibrio.
El circo romano tiene sus orígenes en los antiguos hipódromos helénicos, cuyo modelo fue copiado por los reyes etruscos de Roma para divertir al pueblo en los días sagrados. Era un espacio de forma elíptica con gran capacidad de masas, donde se celebraban juegos públicos, siendo las más famosas las carreras de “cuadrigas” (carros de cuatro caballos conducidos por un “auriga” o conductor).
El primer circo de la era moderna se atribuye al inglés Philip Astley (1768), quien fuera un excelente jinete de acrobacias sobre los caballos; comenzó a ganar dinero y contrató para su anfiteatro a otros jinetes, payasos, malabaristas y músicos. Cabe señalar que nunca utilizó animales salvajes en su circo; éstos se unieron al espectáculo más tarde, así como intermedios con humor, lográndose un show integral y de gran nivel.
Es lamentable que con la adquisición de animales se haya perdido el objetivo final del circo, confundiendo la admiración con el entretenimiento y cayendo en crueldad, explotación, perpetuidad y cautiverio animal.
Debido a las características del circo, no es posible atender las necesidades naturales de los animales ahí utilizados. En el caso de los circos itinerantes, con algunos animales no hay otro remedio que mantenerlos encadenados de la pata delantera o trasera (permitiéndoles solo tumbarse y levantarse, o arrastrarse un par de pasos adelante y atrás); viajan hacinados dentro de camiones con jaulas y solo salen para el entrenamiento, que en muchas ocasiones es cruel, o los escasos minutos que dura su número, además de los desplazamientos de hasta 10 ó 12 horas en que los animales se encuentran sin luz y sin ventilación soportando el frío del invierno y el calor del verano mientras se asfixian con el metano de sus propios excrementos.
Por tales razones no es de extrañar que los animales en su hábitat natural vivan casi 3 veces más que aquellos en cautiverio. Esto último tiene repercusiones directas en los animales, no solo en su expectativa de vida, sino en la calidad de la misma, pues, debido a las pésimas condiciones en las que se encuentran, su salud mental también se ve afectada, ya que suelen desarrollar conductas neuróticas, como movimientos repetitivos, mordisqueo de barrotes, consistentes oscilaciones y agitación, así como inesperadas conductas agresivas.
Aún con los avances de las últimas décadas en materia de derechos humanos, de abolición de la esclavitud y equidad de género, vemos una grave y notoria actitud retrógrada al promover y fomentar la esclavitud animal, el uso de “métodos de persuasión” para los entrenamientos utilizando látigos, varas, palos…, incluso descargas eléctricas. Ello es reflejo de la incongruencia con lo que buscamos para nuestra sociedad.
En mi opinión, no hay que eliminar una tradición milenaria como es el circo; sin embargo, para conservarla no es indispensable el uso y abuso de animales, ya que inició sin ellos; un ejemplo es el “Cirque du Soleil”, el cual continua con el fin último del circo, que simplemente es entretener al público despertando su imaginación.
Twitter @jorgegavino
Publicado en el Sol de México el día 9 de enero del 2012
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