Reflexiones en el tiempo

27/1/11

REESCRIBIENDO LA HISTORIA…


(Publicado el 27 de junio de 2006 en Rumbo de México)
“la historia es la sombra de los hechos humanos.”
Refrán Popular

Hace algunos días leí un libro de Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, distinguido periodista mexicano quien en 666 páginas (y no sé si esto encierra un mensaje esotérico), nos lleva a una reflexión acerca de las luchas entre conservadores y liberales, rojos y verdes, juaristas y maximilianistas, republicanos e intervencionistas; y, en síntesis, nos presenta una visión distinta de las fi guras de Juárez y Maximiliano.

Sin la menor intención de causar molestia al Sr. Catón, al cual respeto como periodista y escritor, me permitió disentir diametralmente, no sólo de un sinnúmero de afirmaciones que contiene su obra Juárez y Maximiano: La Roca y el Ensueño, sino que no comparto las tesis torales que plantea en su trabajo.

Catón considera a Benito Juárez un títere de los intereses norteamericanos, enemigo del catolicismo y los españoles; en tanto que a Iturbide, Gutiérrez Estrada, Juan Nepomuceno Almonte, Miramón, Mejía y Maximiliano, los reivindica señalando que fueron seres que “amaron” profundamente a México. A Juárez y su generación los señala como traidores, sobre todo por el tratado MacLane-Ocampo; y lanza una hipótesis: “los personajes de nuestra historia que han favorecido los intereses de Estados Unidos, figuran en ella como héroes; los que se han opuesto al interés de los norteamericanos aparecen como villanos…” Nada más lejano a la realidad.

Los héroes nada tienen que ver con la defensa a los intereses de una nación extranjera o no, sino con la forma en que incidió su ideología y con el bien que causaron a México; hechos son amores y no buenas razones. Lo que realmente cuenta, tanto en la vida cotidiana como en la historia, son los hechos concretos legados hacia el porvenir.

Recomiendo a Catón y a los amables lectores, que revisen con cuidado los errores políticos que, uno tras otro, se cometieron en los tronos de Europa en la época que nos ocupa. Así por ejemplo, podemos recordar que Napoleón III fue un esclavo de las circunstancias y, sobre todo, de su esposa Eugenia; que Francisco José, con actitud egoísta, jugó con el destino de su hermano Maximiliano; que Leopoldo I, rey de Bélgica, destrozó los anhelos de su hija Carlota y del Archiduque Fernando Maximiliano. Por otra parte, no hay que olvidar que la emperatriz Carlota representó un elemento de arbitrariedad, audacia e ignorancia, cuya ambición desmedida fue la gota que derramó el vaso de sangre que, una vez más, pagó el pueblo de México.

Pero las figuras más detestables, desde el punto de vista humano e histórico, son por supuesto, los mexicanos expatriados que preparaban una guerra para su país en la que morirían miles, mientras ellos se daban la gran vida en Europa, recorriéndola en carruajes lujosos y yendo de corte en corte como expertos bailarines dueños de la etiqueta.

Así, Gutiérrez Estrada no fue un probo e inocente intelectual, como lo presenta Catón, sino que fue un realista interesado y radical que causaba nauseas a los mismos emperadores franceses; basta leer la correspondencia que Gutiérrez Estrada enviaba a Fernando Maximiliano y al propio emperador Napoleón III para comprender la clase de servilismo que llevaba en su espíritu.

Catón dice en su libro que Benito Juárez no cumplió su promesa de entregar la presidencia, que se aferró a ella, incluso pasando por encima de compañeros de su partido, y que estaba ebrio de poder absoluto.

Catón se equivoca. Cuando Comonfort renuncia a la presidencia en 1857, Benito Juárez asume este puesto por mandato de ley, ya que era presidente de la Suprema Corte de Justicia. Inició entonces un largo periodo de Presidencia trashumante, de un sitio a otro del país, llevando consigo la representación del poder legítimo, mientras que en la capital del país se la arrebataron Félix Zuloaga, Manuel Robles Pezuela, Miguel Miramón, José Ignacio Pavón, José Mariano Salas y Maximiliano de Habsburgo. Durante casi 9 años, el país tuvo un doble poder ejecutivo, uno ilegal y otro legalmente errante. Juárez no estaba enfermo de poder, sino que defendía una constitución, un estado de derecho y la legitimidad de la República.

El autor Catón manifiesta que los mexicanos que trajeron a al archiduque austríaco a México no eran traidores, sino que temían que la potencia americana que colinda al norte con nuestro país, nos invadiera. Refiriéndose a José María Gutiérrez Estrada, Juan Nepomuceno Almonte (hijo del cura Morelos) y José Manuel Hidalgo esta afirmación es muy simplista, habría que investigar un poco más sobre cada uno de ellos para darnos cuenta, primero, de sus intereses particulares; segundo, de la conveniencia para la aristocracia mexicana de tener un emperador; y tercero y más importante, de la necesidad de Napoleón III de ampliar su imperio a las Américas.

Juan Nepomuceno Almonte fue secretario particular de Santa Anna, y después de la guerra contra los Estados Unidos se convirtió en conservador, monarquista y partidario del respeto a los intereses del clero; el gobierno de Comonfort lo nombró embajador en Inglaterra, en España y en la corte de Viena. A nombre de México, firmó con el gobierno español los tratados Mon-Almonte mediante los cuales México se comprometía a pagar daños y perjuicios a los familiares de los súbditos españoles asesinados en San Dimas y en San Vicente, a cambio del reconocimiento del gobierno conservador. Por esa razón, Juárez lo declaró traidor a la patria. Poco después, se proclamó presidente interino aunque los jefes militares intervencionistas franceses no lo aceptaron; en 1866 fue designado representante de México ante Napoleón III. A la caída del imperio de Maximiliano, se quedó en París, hasta su muerte.

Por su parte, José Manuel Hidalgo fue uno de los grandes impulsores de la corona en México. Durante el imperio de Maximiliano, ocupó el cargo de embajador en Francia; después, decepcionado por el pensamiento liberal del emperador, renunció a su cargo y se autoexilió.

Tres mexicanos aristócratas, convenencieros y amantes de lo europeo que jamás vieron por otra clase social que no fuera la suya. Excelentes mexicanos… Catón, que significa censor severo, manifiesta que Maximiliano era más demócrata que Juárez como si existiera un “democrómetro”.

Coincidimos, Maximiliano era un hombre culto, liberal, masón y con ideas políticas avanzadas, muchas de las cuales defraudaron a los mismos conservadores que lo trajeron y por eso le dejaron de dar apoyo; entretanto, Juárez separó a la iglesia del estado y, con ello, restituyó a ambos poderes, religioso y político, con independencia recíproca. A la postre, a ambos favoreció.

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