(Publicado el 14 de diciembre de 2004. Excélsior)
“La traición jamás triunfa, ¿por qué razón?
Porque si triunfa, nadie se atreve a llamarla traición”.
John Harrington.*
Se ha perdido la esencia y el espíritu de los procesos internos para elegir candidatos, pues ahora los partidos políticos escogen a sus representantes sin importar su filiación partidaria o su ideología; les resulta irrelevante si son de “derecha” o de “izquierda”, o si conocen o no el estado, municipio o distrito electoral. Los seleccionan con base en su renombre, experiencia en el medio, fortuna o popularidad. El formato de elección ha tomado similitud con el draft del fútbol mexicano, sólo valen las mejores ofertas y oportunidades, aquellas que superen o se adapten a las conveniencias personales, pero con la diferencia de que cada político es dueño de su propia carta. Maquiavelo tiene razón: el ser humano es ingrato y voluble, simula lo que no es y disimula lo que es; huye del peligro, está ávido de ganancia y olvida con mayor rapidez sus raíces que la pérdida de su patrimonio.
El arte de la política ha sido rebasado por la mercadotecnia y la estadística; ahora importan más las encuestas que las plataformas del partido, concierne la fama y no la trayectoria; si viviera Pedro Infante, lo postularían los distintos partidos y seguro gobernaría el Estado de Sinaloa. La pregunta surge: ¿será ésta la mejor forma de elegir a los representantes?, ¿cómo puede ser exitoso un candidato, si es inconstante en su ideología o lealtad partidista?, ¿la congruencia ya no es importante en política?
Es poco menos que imposible conocer y adoptar, de buenas a primeras, el fondo de la filosofía y la doctrina de una institución partidaria; por lo tanto, un candidato que cambia sin más, de un partido a otro, obtiene el triunfo gracias a su fama y no a su formación. Los electores debemos tener cuidado, porque esas transformaciones se reflejarán cuando el candidato esté en el poder y lo más probable es que no sostendrá sus compromisos de campaña. Como el camaleón, meta morfosean su piel para confundirse con el medio y así lograr lo único que les preocupa: sobrevivir. Ya no es la idea, el proyecto, o el equipo lo que impera e interesa; sino el interés personal y malsano.
Si el candidato que se cambió a otro partido no está seguro de su nueva ideología o plataforma electoral, ¿cómo podrá persuadir a los votantes? ¿Qué pretextos utilizará para justificar su transferencia? A pregunta expresa, es evidente que no contestará con las razones verdaderas de su traslado, por lo cual tendrá que utilizar falacias, subterfugios, evasivas y excusas artificiosas; como aquella frase célebre que enunció el ex presidente de México, Lic. Adolfo López Mateos, en una entrevista: “Soy de izquierda, (y rectificó) pero de izquierda atinada”; declaración que luego causó polémica y comentarios populares: “es rábano, rojo por fuera y blanco por dentro”.
Los cambios de un militante de un partido a otro, en la mayoría de los casos, se deben a la falta de oportunidad para participar como candidato a algún puesto de elección. Es el momento adecuado para que los head hunters políticos busquen al relegado y se aprovechen de su derrota para persuadirlo a competir en un grupo distinto. Sin embargo, la mudanza no se hace con un solo hombre, sino con todo un equipo, y es aquí, donde verdaderamente se demostrará, si la lealtad al líder del equipo no es superada por los intereses personales; lo cual, sin duda, provocará fracturas y debilitará la unión del partido en el que el candidato rechazado se formó inicialmente.
Los ejemplos son muchos y muy variados; los casos más recientes y sonados residen en Chiapas, en Tlaxcala, en el Distrito Federal, y en un futuro próximo en el Estado de México, con personajes que cambian su militancia de años con tal de conseguir una candidatura en cualquier coalición o partido, por pequeño que sea. Por lo cerrado de los resultados en las elecciones, las estrategias políticas toman otra dimensión; los asesores en la materia rompen constantemente paradigmas; las alianzas son parte de la nueva alternativa; los candidatos requieren de una columna vertebral de goma, de lealtades volátiles y de carácter voluble; la creatividad se verá limitada solamente por las leyes electorales.
Los ciudadanos votamos por el partido, por el candidato o por el equipo que se conforma en determinado momento. El sentido de nuestro sufragio depende de la oferta del candidato, de la plataforma política, de las ofertas de campaña, de los beneficios para la ciudad o el país, y del carisma del candidato; pero siempre, con la idea de que la persona a elegir es honesta y congruente.
El futuro electoral se presenta con desigualdad y fragmentación, con desorden y con improvisaciones; dejando a su paso desorientación e incertidumbre, comprometiendo los valores del sistema democrático, y arriesgando la representatividad y credibilidad de la opinión pública. Los mexicanos queremos votar y no sabemos por quién. Los tiempos cambian, ahora, el que se mueve sí sale en la foto.
* John Harrington (1561-1612). Destacado poeta inglés, miembro de la Corte de Elizabeth I. Debido a su poesía y escritos perdió el favor de la reina. Es conocido como el inventor del WC, el cual describe en su obra La Metamorfosis de Ajax, publicada en 1596.
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