(Publicado el 15 de octubre de 2001 en El Día)
Pero porque pido silencio no crean que voy a morirme,
me pasa todo lo contrario: sucede que voy a vivirme.
Pablo Neruda*
En ocasiones, el ser humano se pregunta si tiene derecho a elegir sobre la muerte personal, cuando el destino lo ha marcado con una agonía larga y extremadamente dolorosa. La especie humana ha hecho uso de virus y bacterias con fines bélicos desde tiempos remotos: los persas, griegos y romanos envenenaron los pozos y fuentes de agua con cadáveres infectados para aniquilar a sus enemigos; lo mismo se hacía en la Europa del siglo XIV al depositar cadáveres infectados con peste bubónica en ríos. La muerte de buena parte de la población indígena en México en el siglo XVI y en los Estados Unidos en el siglo XVII, tuvo lugar debido a que los nativos carecían de defensas inmunológicas.
Ya en el siglo XX, se desarrollaron mecanismos más perversos para producir y modificar deliberadamente bacterias y virus, y para producir armas químicas en grandes cantidades con fines militares. Recordemos que en la batalla de Stalingrado cerca de 100 mil soldados alemanes nazis, fueron muertos con el uso del ántrax, utilizado en ese entonces por los Rusos. En la época de la Posguerra y la de la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética llevaron a cabo diversos proyectos relacionados con la producción masiva de sofisticados arsenales biológicos y químicos. El gas mostaza, el gas sarín y el fosgeno fueron armas frecuentemente utilizadas en África y en Vietnam por los que ahora se horrorizan de su letalidad. El gas mostaza, fue uno de los primeros en producirse, pertenece al grupo de los sofocantes, al igual que el fosgeno, mientras que el gas sarín, inventado por los alemanes, es uno de los últimos y pertenece al grupo de los incapacitantes.
Nos encontramos en este siglo XXI con la demencial tarea de procurar nuevos y sofisticados métodos de destrucción masiva. Nuestra materia prima: la Basillus Anthrasis, cuyas esporas provocan el ántrax, y el Clostridium Botulinum, que produce el botulismo, la bacteria más potente que se conoce.
La humanidad se ha valido de la guerra, de la sinrazón, y de la contaminación de nuestra hidrosfera, troposfera y atmósfera, para encaminarnos a la destrucción global; es entonces prudente debatir sobre otra forma de aniquilamiento personal: la eutanasia; lo cual implica discutir sobre el derecho que tiene cada persona a decidir sobre la duración de su propia vida y sobre su forma de morir.
Reflexionar sobre la “muerte digna” o “muerte por piedad” implica hacernos algunas interrogantes: ¿qué es la eutanasia?, ¿cuáles son los factores que hay que tomar en consideración para opinar sobre el tema?, ¿cuál es la parte toral de la polémica?, ¿cuál es la legislación más avanzada en la materia? El término eutanasia se le adjudica a Francis Bacon, y proviene del griego “eu” – bien, y “thanatos” – muerte. Es admitida por algunas corrientes religiosas para abreviar el dolor y la enfermedad que no tienen cura y que implique un largo sufrimiento. En este contexto, se distinguen dos clases de eutanasia: la pasiva y la activa. La primera consiste en prescindir de tratamientos que prolonguen artificialmente la vida y, con ella, los sufrimientos; y la segunda en cortar misericordiosamente la vida de un enfermo grave. Una cosa es, por ejemplo, inyectar a una persona potasio y otra no hacer nada para salvarla.
Es una tesis muy discutida la diferencia entre acción y omisión. Hay quienes afirman que debe existir autonomía, es decir, la posibilidad de cada persona de decidir sobre su propia muerte; de esta posición se deduce que los seres humanos tenemos el derecho moral de terminar con nuestra vida sin que esa acción sea penalizada o condenada moralmente.
El pasado 10 de abril, el senado holandés respaldó la ley denominada “prueba de petición de terminación de la vida y asistencia al suicidio”, acción descalificada inmediatamente por El Vaticano. La polémica no es nueva, bien se podría remontar al mundo griego; desde entonces, los puntos de vista ético, filosófico y moral han presentado argumentos en contra y a favor, enfrascándose en un problema de difícil solución.
Cuando hablamos de eutanasia, debemos distinguir, por lo menos, dos situaciones concretas: la eutanasia voluntaria, cuando la persona consciente decide que su vida termine; y la no voluntaria, cuando la persona ya no puede decidir y otras personas serán las que decidan por ella. Asimismo, es fundamental distinguir el concepto de suicido, que se interpreta en términos religiosos, como el rechazo y menosprecio hacia el donativo más grande que Dios nos ha hecho.
En México, la jurisprudencia ha definido al suicidio como “el acto por el que una persona se priva voluntariamente de la vida”; no es delito evidentemente cuando se consuma, pero tampoco lo es cuando queda en calidad de tentativa o se frustra; sin embargo, la participación de otro, ajeno al suicidio, sí constituye un delito; por lo que el artículo 132 del Código Penal Federal sanciona al que presta ayuda o induce a que otro cometa suicidio.
Resulta innegable, que hay posiciones encontradas en relación con esta polémica lo cual dificultará que, al menos en corto plazo, se llegue a un punto de acuerdo. Lo más probable es que las opiniones se polaricen mientras que los casos concretos se seguirán repitiendo con todo su dramatismo.
*Neftalí Ricardo Eliecer Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda (1904 -1973) Poeta chileno, Senador de la República, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile y embajador de Chile en Francia, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1971. Es uno de los poetas más editados e influyentes del siglo XX en todo el mundo.
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